La familia del diablo

Cronología de las bestias

Que un viernes por la tarde, después de una semana plagada de madrugones más tempraneros que el sol, yo me siente en la butaca de un teatro y nada me haga perder la atención de lo que está ocurriendo en el escenario ni tenga un pestañeo más largo que otro es casi un milagro.  Pues ahí estuve yo, en el patio de butacas del Teatro Español buscando una explicación al rompecabezas teatral que ha montado Lautaro Perotti en «Cronología de las bestias».

El montaje entra de lleno en la historia, sin anestesia para el espectador, sin pomadas que vayan aliviando para hacer más fácil el camino. ¡Racatacá! De golpe y sin saber por dónde te viene. Es comprensible el desconcierto inicial de público. Pero la mentira es lo que tiene, que empieza por poco y acaba haciendo una bola de mucho cuidado. Por eso lo mejor es no alimentarla, lo contrario de lo que hacen estos protagonistas que siembran la semilla, la van regando y germina en un árbol tan frondoso que les impide ver la realidad, más aún, no hacen el más mínimo esfuerzo por salir de ahí. Avanza el thriller al mismo compás que la impaciencia y las ganas de saber por parte del espectador. El engaño es enemigo del conocimiento inmediato y aquí, es el protagonista. Tranquilos,  Perotti sirve la solución en bandeja, pero todo a su momento. Un poco de paciencia.

Mientras, Pilar Castro en este trabajo saca su profesión y sus tablas. ¡Qué personaje tan complicado y qué deliciosamente lo resuelve! En su justa medida, suficiente, sin pasarse en un papel donde cruzar el umbral de la exageración desmedida es muy fácil, pero Castro se contiene. Santi Marín (yo estoy a sus pies desde que hizo «Breve ejercicio para sobrevivir», también de Perotti) no anticipa nada, lo que se agradece porque dejar vislumbrar cualquier rendija de la historia por contar, desbataría el deseado desenlace. Va desmadejando el interior de su personaje con cuentagotas hasta que consigue abrir la brecha que trae la claridad al espectador. De nuevo a sus pies. A la zaga le va Jorge Kent que, una vez más, demuestra su gran profesionalidad en un personaje complicado, externo al entramado familiar y que está para aumentar el estrés de la desconsolada madre llegando a situaciones hilarantes (porque el montaje también proporciona momentos destacables llenos de comicidad). El personaje en torno al cual giran estas bestias lo encarna el joven actor Patrick Criado que tiene ante sí la carga de la historia, es el centro de atención de personajes y espectadores que quieren saber más sobre su pasado. Criado templa gaitas escénicas para complacer las ansias de los que le rodean y aguanta el tirón con cuajo hasta el final de la función. Talento no le falta para poder interpretar con calma chicha al hijo anhelado. Y Carmen Machi a la que muchos espectadores irán a ver en esta función por ser ella la cabeza de cartel, pero que saldrán del teatro admirando no sólo a Machi, que alterna soberbia y desesperación en ese personaje errante entre sentimientos, sino al resto de actores que, aunque menos conocidos por el gran público, son valedores de más de una ovación.

Aunque, sin duda, el mayor aplauso es para el autor y director Lautaro Perotti, creador de un montaje llenos de capas sobrepuestas que el espectador tiene que ir deshilachando sin desesperación para llegar al origen del problema. La obra tiene una estructura cinematográfica, poco habitual en el lenguaje escénico,que obliga a ir descubriendo este registro en las distintas escenas y que una vez identificado convierte su trabajo en un disfrute también para el patio de butacas. Con dificultad otro montaje teatral conseguirá superar la escena en la que los personajes van y vienen al pasado y al presente en cuestión de segundos y en la que se desenmascara la realidad hasta ese momento enterrada. Qué virtud la de Perotti de sacar a flote los más bajos sentimientos humanos. Ver para creer.

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