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La familia del diablo

Cronología de las bestias

Que un viernes por la tarde, después de una semana plagada de madrugones más tempraneros que el sol, yo me siente en la butaca de un teatro y nada me haga perder la atención de lo que está ocurriendo en el escenario ni tenga un pestañeo más largo que otro es casi un milagro.  Pues ahí estuve yo, en el patio de butacas del Teatro Español buscando una explicación al rompecabezas teatral que ha montado Lautaro Perotti en «Cronología de las bestias».

El montaje entra de lleno en la historia, sin anestesia para el espectador, sin pomadas que vayan aliviando para hacer más fácil el camino. ¡Racatacá! De golpe y sin saber por dónde te viene. Es comprensible el desconcierto inicial de público. Pero la mentira es lo que tiene, que empieza por poco y acaba haciendo una bola de mucho cuidado. Por eso lo mejor es no alimentarla, lo contrario de lo que hacen estos protagonistas que siembran la semilla, la van regando y germina en un árbol tan frondoso que les impide ver la realidad, más aún, no hacen el más mínimo esfuerzo por salir de ahí. Avanza el thriller al mismo compás que la impaciencia y las ganas de saber por parte del espectador. El engaño es enemigo del conocimiento inmediato y aquí, es el protagonista. Tranquilos,  Perotti sirve la solución en bandeja, pero todo a su momento. Un poco de paciencia.

Mientras, Pilar Castro en este trabajo saca su profesión y sus tablas. ¡Qué personaje tan complicado y qué deliciosamente lo resuelve! En su justa medida, suficiente, sin pasarse en un papel donde cruzar el umbral de la exageración desmedida es muy fácil, pero Castro se contiene. Santi Marín (yo estoy a sus pies desde que hizo «Breve ejercicio para sobrevivir», también de Perotti) no anticipa nada, lo que se agradece porque dejar vislumbrar cualquier rendija de la historia por contar, desbataría el deseado desenlace. Va desmadejando el interior de su personaje con cuentagotas hasta que consigue abrir la brecha que trae la claridad al espectador. De nuevo a sus pies. A la zaga le va Jorge Kent que, una vez más, demuestra su gran profesionalidad en un personaje complicado, externo al entramado familiar y que está para aumentar el estrés de la desconsolada madre llegando a situaciones hilarantes (porque el montaje también proporciona momentos destacables llenos de comicidad). El personaje en torno al cual giran estas bestias lo encarna el joven actor Patrick Criado que tiene ante sí la carga de la historia, es el centro de atención de personajes y espectadores que quieren saber más sobre su pasado. Criado templa gaitas escénicas para complacer las ansias de los que le rodean y aguanta el tirón con cuajo hasta el final de la función. Talento no le falta para poder interpretar con calma chicha al hijo anhelado. Y Carmen Machi a la que muchos espectadores irán a ver en esta función por ser ella la cabeza de cartel, pero que saldrán del teatro admirando no sólo a Machi, que alterna soberbia y desesperación en ese personaje errante entre sentimientos, sino al resto de actores que, aunque menos conocidos por el gran público, son valedores de más de una ovación.

Aunque, sin duda, el mayor aplauso es para el autor y director Lautaro Perotti, creador de un montaje llenos de capas sobrepuestas que el espectador tiene que ir deshilachando sin desesperación para llegar al origen del problema. La obra tiene una estructura cinematográfica, poco habitual en el lenguaje escénico,que obliga a ir descubriendo este registro en las distintas escenas y que una vez identificado convierte su trabajo en un disfrute también para el patio de butacas. Con dificultad otro montaje teatral conseguirá superar la escena en la que los personajes van y vienen al pasado y al presente en cuestión de segundos y en la que se desenmascara la realidad hasta ese momento enterrada. Qué virtud la de Perotti de sacar a flote los más bajos sentimientos humanos. Ver para creer.

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Hablar por hablar

Radio y teatro

¡Ay, la radio! Ese medio de comunicación que vuelve loco a todo aquel que osa a introducirse en el misterio que conlleva encerrarse en un estudio con un micrófono y llegar a los lugares más recónditos donde pueda encontrarse un oyente. Aparte de tecnología, la radio es magia, no cabe duda. La radio informa, educa y acompaña. La radio, además, acompaña y mucho. Los que en alguna ocasión hayan podido escuchar el programa «Hablar por hablar» podrán ratificar esta afirmación. «Hablar por hablar», hasta ahora, era, y sigue siendo, un programa de participación, con la intervención telefónica de sus oyentes en la mayoría de los casos necesitados de un consejo para poder encontrar el sendero que les ayudase a salir de atolladero. A partir de ahora, «Hablar por hablar» ya no sólo es radio, también teatro. El mejor homenaje a ese programa que ha servido de ayuda a miles de personas durante su trayectoria y que a partir de aquí quedará inmortalizado a través de los textos escritos por Alfredo Sanzol, Anna R. Costa, Juan Cavestany, Yolanda Garía Serrando y Juan Carlos Rubio. Cada una de esas historias son pedazos de la vida de oyentes -ficticios- que se transforman en protagonistas momentáneos en las madrugadas de otros oyentes ansiosos por echar una mano y ayudar.

hablar por hablar

Fernando Sánchez Cabezudo logra en este montaje transmitir la esencia de la magia de la radio haciendo que el espectador se siente observador de cuanto ocurre en ese estudio de radio, en plena madrugada -si la radio es magia, la radio de madrugada es un viaje interestelar-, viviendo la intimidad entre locutor y oyente. Cuando el público está atrapado en esa red, comienzan a emerger personajes e historias duras, difíciles, simpáticas, reales, todas ellas contadas desde la verdad. La verdad más absoluta que aporta ese magnífico elenco de actores del que se ha rodeado Sánchez Cabezudo que muy acertadamente saben cómo hacer aflorar la emoción. A todo el reparto le toca ser poliédrico y mostrar fragmentos de vida de distintos personajes. Sobrenaturales los cambios de registro de cada uno ellos. Qué virtud interpretativa la de Ángeles Martín que lo mismo te crea un nudo en el estómago que te ayuda a relajar soltando una carcajada. Deberíamos ver más a Ángeles sobre los escenarios. Samuel Viyuela me ha dejado sin palabras cada vez que he podido verlo sobre un escenario. Domina con maestría su profesión y demuestra que tiene una capacidad única para reproducir milimétricamente las emociones de los personajes a los que llena de alma. La versatilidad de Antonio Gil es más que conocida, pero aquí se pone de manifiesto porque va y viene de un personaje a otro de forma limpia y acertada. No puedo dejar de mencionar a Pepa Zaragoza y Carolina Yuste que contribuyen a crear esa intimidad tan necesaria para contar lo que es la radio. Del equipo técnico, cabe destacar el trabajo del escenógrafo Eduardo Moreno que contribuye a dar cercanía y proximidad (tan necesaria en la radio) a cada uno de los intensos momentos que se viven en «Hablar por hablar».

Para quien ya está seducido por la radio, este es un montaje para disfrutar de ese romance. Si todavía la radio no ha terminado de germinar en lo más profundo de algunos, probablemente, gracias a «Hablar por hablar» comenzará a crecer ese cordón umbilical que une  a los amantes del medio radiofónico al «transistor».

 

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Insolventes

InsolventesLas crisis que todo lo ha inundado los últimos años nos ha hecho perder la perspectiva de la existencia de un submundo que siempre ha existido en España, que alguien definió como la España profunda, la España del subsuelo, la España que brilla, pero que existe y que no es fruto de la crisis porque siempre estuvo ahí y, desgraciadamente para los que la habitan, siempre seguirá ahí, integrada por personajes que nunca destacarán por el reconocimiento positivo des sus habilidades profesionales que subsisten gracias al ingenio que conforma su ADN, transmitido en su información genética.

«Insolventes» es la historia de tres personajes que malviven día a día en una Barcelona transformada y moderna aunque eso a ellos les da igual porque lo que pase fuera de la ruinosa librería, que utilizan como hervidero de ideas sin buen fin, no es su problema. Félix Estaire retrata un momento, unas horas de la vida de estos tres infelices que son amigos y verdugos a la vez, que reptan para salir adelante y transitan entre días como apisonadoras automáticas que no distinguen a quien se pone por delante.  Rubén Frías, Samy Khalil y Javier Zarapico dan vida a esos tres hombres desahuciados por la sociedad bajo la certera dirección de Pablo Martínez que ha sabido adentrarse en esas vidas desesperadas trasladando al espectador a los bajos fondos en los que habitan esos pillastres del siglo XX que, además, ha sabido mantener la tensión adecuada para atrapar la atención del patio de butacas.

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Souvenir

Desde el primer momento en que vi el cartel de «Souvenir» sentí un feeling (un feelgood, nombre la productora de la bora) que me condujo a tener ganas de ver el montaje. Ya en el patio de butacas me sentía impaciente en los minutos previos a que la luz de sala se apagara y aparecieran los protagonistas sobre el escenario. Estaba ante una de esas obra que, por un cúmulo de elementos, atraen la curiosidad del espectador desde que tiene el primer contacto con el montaje, antes incluso de llegar al teatro. La historia del periodista Solomon Shereshevsky no es una historia habitual. Muy pocos son los que padecen hipermnesia y Shereshevsky era uno de ellos, siendo el primer caso conocido de este síndrome extrañísimo, nada común que consiste en retener en la memoria todo aquello que los sentidos perciben ante cada situación vivida. Tal singularidad convirtió al periodista en una persona llena de sufrimiento que se sentía atrapada entre los barrotes infinitos de sus recuerdos. Pablo Díaz Morilla, autor de la obra, aprovecha la hipermnesia de Shereshevsky para tejer sin imperfecciones una historia cuyos principales hilos son la humanidad, el amor y la complicidad entre sus personajes.

souvenir

El actor Ángel Velasco vive en su pellejo la hipermnesia recreando los sentimientos de Solomon Shereshevsky a través de los variados matices de un personaje que pasa de la felicidad a la tristeza, de la desesperación a la ilusión en pocos segundos. Velasco ha captado cada milímetro de la esencia de ese joven periodista al que encarna y pone sobre el escenario a un Shereshevsky que, a pesar de la dificultad que entraña mostrar su raro padecimiento, logra que el público se apiade de él y quiera contribuir a la búsqueda de una salida a su desasosiego. También contribuyen positivamente a que el espectador se vea atrapado en la maraña de la hipermnesia los actores Esther Lara y Steven Lance, que ponen en pie a los personajes de la mujer de Sheresevsky y el psiquiatra Alexander Luria que trató al periodista. Ambos son los puntos de apoyo del protagonista en la historia y consiguen profundizar en el complicado modo de manejar la terrible situación en la que una vivencia no es sólo el recuerdo en sí de lo sucedido sino los matices que lo rodean, transformando cada momento en personas y objetos que se retienen en la mente con una descripción desmedida propia de un novelista redundante en la presentación de las situaciones. Sin duda debe resultar agotador. Los tres actores logran con creces transmitir ese hastío.

Destaca el impresionante diseño de iluminación, el ingenioso vestuario lleno de pequeños detalles casi imperceptibles para el ojo humano pero muy presentes en una mente como la de Shereshevsky, la escenografía que atrapa a los protagonistas, la música, compuesta por el propio director del montaje e interpretada por Agustín Galiana, que envuelve en romanticismo la relación del matrimonio Shereshevsky y la dirección de Fran Perea que permite que todos los ingredientes de este montaje emulsionen para conseguir un resultado que toca al espectador que se compadece de su protagonista pero también de quienes le acompañan en su dura experiencia vital. Se percibe, además, que Perea no se ha limitado a la dirección de actores, sino que ha trabajado para que todos los elementos vayan acompasados sin restar protagonismo unos a otros, lo que requiere de un delicado trabajo de dirección y coordinación. Y ahí están los frutos de la dedicación al trabajo, un «Souvenir» difícil de quitárselo de la cabeza, recordando cada uno de sus matices, sintiéndonos un poco Sheresevsky cuando la recordamos.

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La última boqueá

No tenía mucha claridad sobre qué iba a ver cuando atravesé la puerta de la Sala Cuarta Pared (en realidad, me pasa muchas veces, voy casi por inercia), pero esa «boqueá» me atraía, como casi todo lo andaluz. Andalucía y sus gentes tiran de mí, me encuentro en casa cada vez que viajo al sur.  Algo parecido me ocurrió con «La última boquéa» desde que me senté en la butaca. A pesar de no estar localizada ni en lugar que se pueda señalar geográficamente ni en un momento determinado con el que poder identificarse, los actores tienen la virtud de saber atrapar con la historia de sus protagonistas, con sus tristes y aburridas vidas y conseguir que el espectador se interese por la falta motivación que tienen por su supervivencia . Viven porque no les queda más remedio, regocijándose en su pena (¡ay, qué pena!), en sus desgracias, en sus rutinarios y cíclicos días en una isla que se los come.

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Este montaje encierra, como un caleidoscopio, infinitas metáforas sobre la sociedad, el empleo, el paro, el progreso, el amor, el dolor y otros temas para nada baladíes. Cuando se mira por su agujero es cuando llega la sorpresa, la risa, la carcajada por lo disparatadas que son las imágenes que proyecta, pero a la vez hiela la sangre ver cuál es la realidad que hay detrás de esas increíbles fotografías que Teatro a la Plancha plasma sobre el escenario. En cada una de ellas queda más que demostrada la veneración que siente esta compañía por la tierra inspiradora de «La última boqueá». Andalucía está en cada movimiento, en cada expresión, en cada rincón recreado. Rinden de forma acertadísima e hilarante un homenaje a la fiesta más representativa e internacional del sur de España («¡no corré!») que para los conocedores de la materia será un disfrute.

María Díaz, Selu Nieto y Manuel Ollero “Piñata” ponen el alma a estos tres desdichados seres que viven atrapados en un bucle de penurias y falta de iniciativas. Los tres actores dominan sus personajes, los han conocido, los han tenido cerca y esa inspiración de carne mortal les llena de verdad al plasmar sus surrealistas modos de vida. Sus interpretaciones son el abono a las raíces que tiene este montaje, que crecerá para hacerse más frondoso y llamar la atención en el bosque.

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El lunar de Lady Chatterley

Buah, Ana Fernández, ¡qué poder escénico tiene! Me dejó con la boca abierta prácticamente con cada palabra que dirigía a los espectadores, al público de esa sala de vistas en la que se juzga a esa pobre mujer. «El lunar de Lady Chatterley» no es un texto fácil, como casi ninguno, pero aquí hay que añadirle que tiene que la actriz tiene que capear la soledad sobre el escenario con un texto que funciona como un reloj de precisión, en el que cualquier fallo puede ser tan evidente que no permita remediar el error. No se trastabilló ni tuvo un gesto de duda una sola vez. Te admiro, Ana. Te admiro por ese dominio que tienes del verbo, por saber combinar, como una maestra, la palabra, el gesto y las pausas. La mano de Antonio Gil ha sido muy certera en la dirección, se nota. Pero la dicción y las pausas son de Ana Fernández y las maneja como quiere.

el-lunar-de-lady-chatterley_ana-web-mediaLa historia de «El luna del Lady Chatterley», un granito más en la lucha para que la mujer ocupe el puesto que le pertenece, puede sonarles repetitiva, a unos, y antigua, a otros. Nunca está de más que nos lo recuerden y más cuando la historia se sitúa en 1932, lo que nos da la perspectiva necesaria para entender lo mucho que hemos avanzado en poco tiempo.

Más allá del interés que pueda despertar el tema, la propuesta teatral es brillante desde el mismo momento en el que su protagonista pone un pie en el escenario. Esta es una obra de texto, por cierto, detalladamente escrito por Roberto Santiago, sin llegar a la pesadez ni a los giros interminables en torno a un mismo asunto en el que suelen dejarse caer los monólogos. Aquí, no. Todo preciso, pero sin perder detalle, como en esa excepcional descripción de Sir Chatterley que Ana Fernández borda y llena de las correspondientes intenciones dejando al espectador sin aliento mientras clavan su mirada en la expresión prodigiosa de la actriz.

Un lunar pocas veces creó una historia única, irrepetible como esta que, además de trasladar el mensaje del necesario empoderamiento de la mujer, muestra el trabajo de unos artistas que saben atraer al público con el manejo de la palabra y el verbo único de Ana Fernández.

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LAS PRINCESAS DEL PACÍFICO

Llevo años recibiendo solicitudes de amigos y conocidos que me preguntan qué obra de teatro les recomiendo porque quieren ir a pasar un buen rato y echarse unas risas. Mensaje recibido por mucho que me repatee. A partir de ese momento, me toca estrujarme las meninges para decidir qué narices les recomiendo sin que vayan a ver cualquier propuesta que le licue el cerebro en menos de noventa minutos. Si me lo preguntaran hoy, lo tendría muy fácil: «Vete a ver ‘Las princesas del Pacífico’, te vas a morir de la risa». Ellas, la tía y la sobrina, aportan un poco de todo aquello que, en general, buscamos cuando vamos al teatro. El otro día repetí y volví a ver a esas dos mujeres de Dos Hermanas, o del pueblo más recóndito de España, que, a las pobrecitas, les pilla todo. No fui solo, reuní a un nutrido grupo de amigos a los que les gusta echarse unas risas en un patio de butacas, pero que también quieren que desde un escenario les toquen dentro.

las-princesas-del-pacifico-cartel¡Cusha, niña, cómo me lo pasé! Me reí incluso más que la primera vez. Y me dieron más pena que nunca esas dos princesas. Es una desgracia no poder conocer mundo, pero más desgracia es conocerlo a través del vómito de una pantalla de televisión. Ellas sólo dominan su mundo, sus cuatro paredes, no han ido más allá de la esquina de su casa y, sin embargo, creen estar de vuelta de todo. Hasta el día que casi de un empujón deciden cruzar el umbral de su zona de confort, o de incomodidad, y se enfrentan al mundo. Un mundo nuevo, desconocido, desafiante y al que ellas mismas desafían, sin pararse a pensar que son el punto débil del sistema que le avocará a ser víctimas de su desconocimiento. Pero a pesar de sus tragedias, porque la función da para que les caigan rayos y centellas, ellas tratan de salir adelante y luchar con las armas que siempre han tenido a su alcance: el odio, la venganza y guardar las apariencias.

La reflexión está lanzada. José Troncoso ha creado un historia circular. Los personajes sin duda recorren el viaje del héroe, pero con un sentido inverso. En lugar de crecer, han ido a menos por imposible que parezca. De Troncoso, aparte de dar un apunte que entra en lo personal y es que es muy buena gente y eso se demuestra también en su trabajo, cabe destacar la historia que ha sabido relatar, llena de pinceladas, de detalles que reflejan una sociedad que, aunque alejada de las apariencias que convive en las grandes ciudades, sigue existiendo en los pequeños núcleos de población o de forma más disimulada en las urbes. Ojalá que este montaje pudiera llegar a cada rincón de España y ayudase a mejorar en el comportamiento humano que ferozmente critica el autor de «Las princesas del Pacífico», probablemente porque ansía que algún día dejen de existir comportamientos sociales como lo que cuenta en su trabajo. La dirección es igual de cuidada y detallista, llenando de verdad a esas dos mujeres. Alicia Rodríguez y Belén Ponce de León son tía y sobrina y podrían serlo de por vida porque el espectador en ningún momento deja de creérselo. Alicia Rodríguez es un prodigio andaluz que llena de arte el escenario y que nos encandila a los que no somos andaluces y admiramos las virtudes de los habitantes del sur de España. No puede sacar ni más rabia ni más vileza pero tampoco mayor protección hacia su único tesoro. Belén Ponce de León es un cañón interpretativo. Mantiene la inocencia de ese personaje en todo momento, llegando a instalarse muy adecuadamente en esa pánfila que no ha visto el mundo por un agujero.

Seguiré recomendando «Las princesas del Pacífico» a todos aquellos que digan que quieren ir al teatro a echarse unas risas. Desde luego, no pararán de reírse aunque después les venga el remordimiento pensado de qué se han reído.

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Evita

Reconozco que a veces me da por algo y no lo suelto hasta que no pasan unos cuantos días o semanas. Me sucede muy a menudo con las biografías de algunos personajes que atraen mi atención. Llevaba yo una temporada muy relajada con el asunto hasta que ayer fui al estreno de «Evita». Tenía curiosidad por ver el montaje y ganas por ver «Evita» por primera vez. Con Paloma San Basilio era demasiado joven, no tenía yo edad para ir a ver el musical, aunque no fue por falta de gana. La película con Madonna no me atrajo nada. Así que aproveché y me fui al Nuevo Teatro Alcalá a ver esta producción del Auditorio de Tenerife, dirigida por Jaime Azpilicueta con el cartel como única referencia propia. Confieso que en la breve descripción que acabo de hacer del montaje ya hay varios elementos que me podían hacer presagiar que no sería el musical de mi vida.

evita_madridEstreno. Cola de media hora de espera para recoger las invitaciones (vas invitado y te aguantas, a veces las pagas y tienes que chupar espera igualmente). Menos mal que estaba Epunto con su madre en la cola y eso adelantó un poco. Son encantadoras, dan conversación, hablamos de teatro, alabamos y criticamos y llegamos ya al punto de recogida bastante entretendos. Recorrí el largo pasillo del patio de butacas sin mirar mucho para los lados, no tenía yo el día para mucho palique. Llegué a mi sitio y una voz desde la oscuridad gritó: «No vendrás a mi lado, ¿no? ¡A mi lado no te sientas!» Reconocí esa voz. Era Mpunto con una copa de cava en la mano. «¡Cuánto tiempo sin vernos! ¡Sí, sí, mucho!» Le dije que está rejuvenecida con ese nuevo look. Lo agradeció cortesmente y hablamos sobre cosas suyas mucho en poco tiempo . En realidad, yo había tenido algunas ltiranteces laborales con Mpunto porque un día, en otro estreno… bueno, en fin, una salida de pata que tuvo en un momento inapropiado y no estoy yo ya para aguantar ni salidas de pata ni entradas de oca. Estuvimos distantes un tiempo hasta que un día se lo solté todo por whatsapp me pidió disculpas y me dijo que ella me quería mucho. Nunca la hubiese esperado, pero la vida te sorprende. Ahí me ablandé, lo reconozco públicamente. Pero no pasa nada, todos necesitamos que nos quieran.

Mpunto me dijo que había oído algún comentario negativo sobre las funciones previas de «Evita». Seguí acumulando más lastre. Se apagaron las luces, empezó el espectáculo y, como que estoy ahora sentado en el sofá de mi casa, no entendí nada de la primera canción, pero ni una palabra. Agudicé tanto el oído que el resto de los sentidos perdieron atención, como cuando estás buscando sitio con el coche y bajas la radio para ver mejor, ¡lo mismo! ¡Ay, Evita mía, que esto remonte, por favor! Poco, remontó poco. Me atrajo la historia, es decir, que el libreto de Tim Rice con música de Andrew Lloyd Weber tiene su atractivo, aunque no hace falta que yo lo diga aquí. El desarrollo me mantuvo atento y no vi caras intentando levantar los párpados con grúa. Tuve la sensación en varios momentos de que Inma Mira, Evita en la obra, estaba uno o dos tonos por encima del suyo, haciendo que su interpretación musical fuera poco natural y difícil de entender. Si no perdí anoche varias dioptrías es porque la naturaleza es sabia. Jadel interpreta al Che Guevara. Canta bien, pero recuerda más a Kent Militar que al guerrillero argentino. Otro estilismo lo haría más creíble. Ignasi Vidal desarrolla con soltura el papel del General Perón, canta y se le entiende a las mil maravillas. Destacan, por el contrario, tanto Miriam Reyes que interpreta a la chica de la maleta y Geni Afonso que da vida a Juana Ibarguren.

Nunca antes imaginé que podría acordarme tanto de Paloma San Basilio en un momento específico de mi vida. Salí tarareando «No llores por mí Argentina» pero la voz que retumbaba en mi cabeza era la de la primera Evita española. Muchos no pudimos ver aquel montaje de los 80 que, como este del 2016, estaba dirigido por Jaime Azpilicueta, pero algo de aquello estamos viendo sobre el escenario del Nuevo Alcalá en el siglo XXI o si no se repiten cosas, algún traje del vestuario debe ser de aquel montaje y desprende olor a guardado.

Acabo esta entrada y sigo investigando sobre la vida de Eva Duarte de Perón que tuvo una enganchada gorda con Carmen Polo cuando vino a España, dicen que se dejaron de hablar en doce días que estuvo en la Península Ibérica. Y lo del cadáver de Evita, que estuvo viajando de un sitio a otro cuando al final del régimen peronista profanaron su tumba y dicen que hasta hubo quien lo utilizó para contactos con el más allá. Me quedan varias biografías por leer y por ver la serie «Carta a Eva» que emitió TVE. Os dejo.

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La piedra oscura

Carta a Alberto Conejero

Querido Alberto:

Espero que al recibo de la presente te encuentres bien. Me apetecía contarte por escrito mis sensaciones después de ver por segunda vez «La piedra oscura», tu obra, tu regalo a los espectadores. Imaginaba que te haría ilusión recibir una misiva (no tengo tu dirección postal, por eso, me aprovecho de la tecnología) porque ya hemos aceptado con resignación que la comunicación epistolar con sentimiento está perdida. ¡Qué hubiera sido de la historia entre Federico y Rafael sin las cartas! Menos mal que aún nos quedas tú para poderlo plasmar inteligentemente sobre un papel que se subirá a los escenarios. Retratas a Rafael aferrándose a esa carta con anhelo, como el único pedazo que le queda de su amor y a la vez le sirve, paradójicamente, de consuelo. En nuestros días, nos venimos arriba mirando un whatsapp o escuchando un mensaje de voz, pero el punto romántico no es ni comparable y tú nos has hecho revivirlo y, a más de uno, le habrás ayudado a conocerlo. Al igual que has tomado la estilográfica de Federico poniendo en boca del soldado, en ese monólogo inicial, un texto que es puro Lorca escrito en el siglo XXI.

la-piedra-oscura-cartelVer «La piedra oscura» por segunda vez en el Teatro Galileo significó encontrarme con el dolor de vivir una agonía sin enfermedad previa. Me retorció el estómago más que la primera vez que me enfrenté a esa historia llena de vida. Una lucha por no dejar de existir, por encontrarle un motivo lógico a lo irracional y en la que cada palabra de los personajes permite a los espectadores entender el significado de cada palpitación de esos dos hombres tan distantes y tan cercanos entre sí. Cada latido de esos dos seres inocentes mina el alma del público. Estoy seguro de que también calaron muy profundamente en ti durante los meses que conviviste con esos dos damnificados mientras buscabas la manera de darlos forma. El recuerdo de ese tiempo que viviste trabajando en este texto se habrá quedado de manera indeleble dentro de ti, dándote alas para crecer aún más como persona en el camino de la excelencia humana, siempre luchando por evitar que se repitan injusticias similares. Espero que haber recibido el Premio Max te haya servido de bálsamo para las heridas. No sabes cómo me alegré cuando supe que era tuyo.

Antes del reestreno te vi nervioso y emocionado por el regreso de tu obra a Madrid. Lo justifico porque sé que te exiges mucho a ti mismo, pero una vez que se apagan las luces y empieza la función, buena parte de esa responsabilidad, que es el acicate de tu trabajo de dramaturgo, recae sobre Pablo Messiez, Daniel Grao y Nacho Sánchez. Difícil superar lo que ellos hacen. De Pablo, no esperaba menos, es el director que no defrauda. ¿Llegará el día en el que algún trabajo del señor Messiez no convenza? Me costará creerlo si me lo cuentan. En «La piedra oscura» lo da todo, no hay fisuras en su trabajo. Otro Premio Max bien merecido. Otra buena alegría que me llevé. Hace varios años que conozco a Pablo y sus trabajos, ya le iba tocando. Cuando supe que Daniel Grao y Nacho Sánchez iban a dar vida a estos personajes imaginé que el trabajo no iba a ser fácil para ellos. Poner en pie esos seres humanos, que luchan de forma sobrehumana, no está al alcance de cualquier actor. Parece que ellos dos se han quedado anclados en esa cárcel desde hace ochenta años y cada día reviven esas horas previas al fin sin que el tiempo pase para ellos. Imagino que te estarán inmensamente agradecidos por crear esos personajes. A los espectadores nos faltan fuerzas en las manos para reconocer suficientemente con aplausos su pasión en este trabajo.

Decía Federico: «Desechad tristezas y melancolías. La vida es amable, tiene pocos días y tan sólo ahora la hemos de gozar.» Permíteme que le lleve la contraria, aun a riesgo de que tuerzas la boca. La tristeza hay que experimentarla cada tanto, nos ayuda a sentirnos vivos. Al teatro no sólo se va a reír fácilmente, al teatro se va a renovarse viviendo historias que nunca llegaríamos a conocer de otra manera.

Gracias, Alberto, por tus regalos. No evites seguir dejándonos perplejos ni te quedes con sorpresas en un cajón. El presente y el futuro te estarán muy agradecidos.

Espero que nos veamos pronto.

Recibe un abrazo,

Jesús Ortega.

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La lista

Casi, casi podría decir que he inaugurado la temporada teatral viendo «La lista» en la Sala Cuarta Pared. Es cierto que antes vi «La piedra oscura», pero repetía, así que no sé si cuenta. Fui a la Sala de la calle Ercilla animado por la vehemencia con la que P.J.L. Domínguez, crítico de la revista Guía del Ocio y creador del blog Cerca de la cerca en el que amplía algunas de las críticas teatrales que publica en la Guía y donde ven la luz aquellas que no publica en la revista convencional, hablaba en su crítica sobre esta obra de teatro. cartel-la-lista-a2«Vayan a verla», decía sin objeciones, literalmente y lleno de razón. Así que como un corderito yo le hice caso porque a los maestros hay que seguirlos en el camino. Encima no fui solo, arrastré a Epunto y a Cpunto y  Cpunto se lo dijo también a dos amigos (Lpunto y Cpunto)¹ a los que yo no conocía, pero la chispa surgió entre los cinco y nos pasamos una tarde de risas.  Bueno, risas fuera del teatro porque «La lista» tiene poco de humor (ni falta que le hace) y si no, que se lo digan a Cpunto que «izó velas» durante un ratito viendo a esa mujer, loca ya de tanta lista como tenía en su vida. Es que hay que dejar algo para la improvisación. Siempre lo digo. Si no improvisas, te aburres. Lo tengo demostrado. No por mí, por otros. Tengo ejemplos a mansalva, pero no daré iniciales, al menos, en esta entrada.
Que hacer una lista de vez en cuando no viene mal. A todos se nos puede ir algo, pero apuntarlo todo, todo  en una o varias (peor aún) listas como hace la protagonista sólo te lleva al caos y a la desorganización porque como ya está escrito, lo borras de la mente. ¡Ay, amigo, vete a buscar luego en qué lista lo apuntaste! Y encima no ejercitas la mente. Me da rabia la gente que va a la compra con la lista. ¡Haz memoria delante del charcutero!, ya verás como tu masa gris te lo agradece.

El texto de Jennifer Tremblay se las trae porque parece que te va llevar por un sitio y te acaba llevando por otro. Desde el principio, se puede intuir el final. Esto es lo que decepcionó un poco de la obra a Lpunto porque había leído que el final era inesperado. Pero saber el final desde el principio es lo de menos porque la trama te lleva a adrentarte en los personajes que narra la protagonista, en sus vidas cotidianas y, en concreto, a centrarte en una amistad que entabla. Y ahí lo dejo que esto me puede llevar a hacer spoiler y no hay cosa que más odie. La protagonista está obsesionada con las listas y con sus obligaciones, que son muchas, pero, vamos, en vez de escribirlas, ¡hazlas! Ese pensamiento lo tuve fijo durante toda la función. Y al final esa obligación absurda por hacer un elenco de sus deberes diarios, le lleva a descuidar lo importante en un momento preciso. Lo importante pasa a ser secundario, en su cabeza, y ahí llega la debacle. «Ese es el sorprendente final, Lpunto. En realidad, el final de verdad es lo que precede al final que se intuye al principio.» No sé si Lpunto lo pilló, lo hablaremos en la cena peruana porque dijimos que teníamos que quedar para ir a cenar a un peruano y echarnos otras risas.

Y a todo esto, yo sin conocer a Frantxa Arriza, la actriz protagonista. Que mira que conozco actores, que parece que no se acaban nunca, pues a esta que no la conocía. Y me encantó. Llena de verdad ella, muy creíble todo lo que contaba y cómo lo contaba, de ahí también el «levantamiento de velas» de Cpunto. Y sola una horita sobre el escenario, que muchas actrices, incluso reconocidas y «goyadas», nunca se han atrevido. Enhorabuena si me está leyendo porque tiene la plena capacidad de transmitir esa angustia constante en la que vive esa mujer, sin olvidar la dirección de Javier G. (parece uno de mis amigos, pero es que no aparece el apellido completo en la ficha artística) que ayuda a que la actriz saque el máximo de ella.

Repitiendo la palabra de mi admirado P.J.L. Domínguez, «vayan a verla»  y, sobre todo, reflexionen sobre lo que la autora cuenta. Les ayudara a dar dimensionar los problemas y a priorizar cuando se acumulan.

Nota a pie de página:

1.- Esto de las iniciales ya lo usan otros, incluso P.J.L. Domínguez, espero que me permita la licencia. Gracias de antemano. Es que está todo inventado, ¡qué complicación!

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