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LAS PRINCESAS DEL PACÍFICO

Llevo años recibiendo solicitudes de amigos y conocidos que me preguntan qué obra de teatro les recomiendo porque quieren ir a pasar un buen rato y echarse unas risas. Mensaje recibido por mucho que me repatee. A partir de ese momento, me toca estrujarme las meninges para decidir qué narices les recomiendo sin que vayan a ver cualquier propuesta que le licue el cerebro en menos de noventa minutos. Si me lo preguntaran hoy, lo tendría muy fácil: «Vete a ver ‘Las princesas del Pacífico’, te vas a morir de la risa». Ellas, la tía y la sobrina, aportan un poco de todo aquello que, en general, buscamos cuando vamos al teatro. El otro día repetí y volví a ver a esas dos mujeres de Dos Hermanas, o del pueblo más recóndito de España, que, a las pobrecitas, les pilla todo. No fui solo, reuní a un nutrido grupo de amigos a los que les gusta echarse unas risas en un patio de butacas, pero que también quieren que desde un escenario les toquen dentro.

las-princesas-del-pacifico-cartel¡Cusha, niña, cómo me lo pasé! Me reí incluso más que la primera vez. Y me dieron más pena que nunca esas dos princesas. Es una desgracia no poder conocer mundo, pero más desgracia es conocerlo a través del vómito de una pantalla de televisión. Ellas sólo dominan su mundo, sus cuatro paredes, no han ido más allá de la esquina de su casa y, sin embargo, creen estar de vuelta de todo. Hasta el día que casi de un empujón deciden cruzar el umbral de su zona de confort, o de incomodidad, y se enfrentan al mundo. Un mundo nuevo, desconocido, desafiante y al que ellas mismas desafían, sin pararse a pensar que son el punto débil del sistema que le avocará a ser víctimas de su desconocimiento. Pero a pesar de sus tragedias, porque la función da para que les caigan rayos y centellas, ellas tratan de salir adelante y luchar con las armas que siempre han tenido a su alcance: el odio, la venganza y guardar las apariencias.

La reflexión está lanzada. José Troncoso ha creado un historia circular. Los personajes sin duda recorren el viaje del héroe, pero con un sentido inverso. En lugar de crecer, han ido a menos por imposible que parezca. De Troncoso, aparte de dar un apunte que entra en lo personal y es que es muy buena gente y eso se demuestra también en su trabajo, cabe destacar la historia que ha sabido relatar, llena de pinceladas, de detalles que reflejan una sociedad que, aunque alejada de las apariencias que convive en las grandes ciudades, sigue existiendo en los pequeños núcleos de población o de forma más disimulada en las urbes. Ojalá que este montaje pudiera llegar a cada rincón de España y ayudase a mejorar en el comportamiento humano que ferozmente critica el autor de «Las princesas del Pacífico», probablemente porque ansía que algún día dejen de existir comportamientos sociales como lo que cuenta en su trabajo. La dirección es igual de cuidada y detallista, llenando de verdad a esas dos mujeres. Alicia Rodríguez y Belén Ponce de León son tía y sobrina y podrían serlo de por vida porque el espectador en ningún momento deja de creérselo. Alicia Rodríguez es un prodigio andaluz que llena de arte el escenario y que nos encandila a los que no somos andaluces y admiramos las virtudes de los habitantes del sur de España. No puede sacar ni más rabia ni más vileza pero tampoco mayor protección hacia su único tesoro. Belén Ponce de León es un cañón interpretativo. Mantiene la inocencia de ese personaje en todo momento, llegando a instalarse muy adecuadamente en esa pánfila que no ha visto el mundo por un agujero.

Seguiré recomendando «Las princesas del Pacífico» a todos aquellos que digan que quieren ir al teatro a echarse unas risas. Desde luego, no pararán de reírse aunque después les venga el remordimiento pensado de qué se han reído.

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Historias de Usera

El otro día estaba sentado junto a mi madre en su casa viendo el clasicazo del cine «¿Qué fue de Baby Jane?» cuando el chico de los periódicos que salió en la película le recordó al chaval que pasaba por delante de la ventana de ese mismo salón con un carro lleno de noticias mientras gritaba: «¡El Pueblo, el Pueblo! ¿Con la Narcisa, la madre de El Cordobés!» Que la Narcisa era la madre de El Cordobés era algo que yo tuve asumido durante toda mi infancia ya que desde que puse un pie en este mundo había estado escuchado el relato de aquel día en el que El Cordobés se acercó al barrio de Usera a conocer a la Narcisa, para todo en el barrio, la madre de El Cordobés. El revuelo que se debió montar en Almendrales ya me gustaría a mí a verlo visto por un agujerito. El tiempo me hizo darme cuenta de que la Narcisa sólo fue la madre de El Cordobés en su imaginación. Ella lo sentía como vivo en su pensamiento y el barrio estaba lleno de dudas (¡si salía hasta en el periódico «Pueblo»!) hasta que El Cordobés se personó en la Usera Baja y aclaró que su madre nunca había pisado ese barrio lleno de historias.

historiasdeusera_cartelHistorias de Usera hay miles, por no decir millones. Fernando Sánchez-Cabezudo ha hecho una selección de narraciones que han persistido en ese conjunto de calles y que fue el barrio natal de su sala de teatro, la Sala Kubik, una de las más comprometidas con el buen hacer escénico y que fue el origen de este disfrute teatral para «usereños» y forasteros.

Hacía mucho tiempo que no vivía con tanta impaciencia un estreno teatral. Sabía que escuchar parte de mi imaginario infantil y adolescente en boca de actores a los que admiro me iba a enternecer. No me equivoqué. Reí, reí muchísimo, incluso varias veces fui el único que soltó una carcajada en la sala porque sólo los de «Useras» podemos entender ciertas cosas. Y lloré. Cómo no dejar escapar la emoción reviviendo sobre el escenario los bailes en Copacabana donde tantas celebraciones tuvieron cita, incluida la boda de mis padres.

Ay, Inma (Cuevas), Pilar (Gómez), Jesús (Barranco) y Jose (Troncoso), si antes ya os admiraba, ahora os idolatro. Llevo una semana con vuestras interpretaciones pegadas en la cara interna de mi occipital y no consigo que os vayáis. Transmitís no sólo las «Historias de Usera» sino la historia de un barrio que ha evolucionado en el tiempo, que no deja de hacerlo y que como virtuosos de la escena que sois os situáis igual en los años 60 que en el siglo XXI llenando de verdad a cada personaje sin importar en qué época haya vivido. Hubiese sido feliz de haber podido estar sentado junto a Alfredo Sanzol, Miguel Del Arco, José Padilla, Denise Despeyroux, Alberto Olmos y Albero Sánchez-Cabezuco mientras se empapaban de la vida de Usera contada por sus vecinos como única inspiración para escribir las aventuras y desventuras de un conjunto diverso de personas trasplantadas a tierras del sur de Madrid. Fernando Sánchez-Cabezudo ha sabido guiar a los actores profesionales y a los autóctonos por las huellas de un barrio mediante un trabajo de conservación de esas marcas del tiempo, asegurando un ambiente delicado, acogedor y hogareño para recrear un punto geográfico en el que los detalles nunca han contado demasiado.

«Historias de Usera» son historias de barrio, de pueblo, de ciudad y, sin duda, de vida. Usera es un barrio que ha cambiado mucho desde su fundación, que da giros bruscos que impiden reconocerlo con el paso de los años, pero que sigue siendo hospitalario y acogedor como siempre lo ha sido. No dejen de verla para sentir el calor que transmiten los barrios de Madrid.

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