No es que el espectador con este título pretenda ver un cuento de Dickens sobre el escenario, obviamente, no. Esa palabra, chapero, acerca a lo que va a suceder sobre las tablas, pero en realidad ese título aproxima sólo a una referencia que el autor, Antonio Jesús González, ha adoptado para hablar de los conflictos humanos, la necesidad de saber cuáles pueden ser los límites de cada uno, la forma de relacionarse con los demás, el sufrimiento de toda madre y las válvulas de escape que cada persona busca para liberar las cargas emocionales que conllevan los problemas.
Chapero es también una demostración del buen hacer interpretativo de los actores Salvador Bosch, dando vida con soltura a ese joven pícaro lleno de inocencia en el fondo, Marcos Castro, en ese hombre respetable que necesita salir del corsé que le oprime, y de Irene Calabuig, una actriz que sorprende por sus solidez sobre el escenario y su potencia a la hora de interpretar a esa madre presa de su vida y de su pasado y a la que, como actriz, no deberíamos perder de vista. Y todo bajo la batuta de Pedro Casas que ha sabido aprovechar las cualidades de sus actores.
Después de ver Chapero todos aquellos que fueron hasta la Sala AZarte atraídos por el título saldrán satisfechos, mientras que los amantes del teatro aplaudirán entregados por ver que en este montaje hay mucho más que el tirón comercial que pueda tener una simple palabra.