Con Pablo Messiez comparto la pasión por hacer la vida en la cocina. En realidad, nunca le he preguntado a Pablo si él prefiere estar en la cocina antes que pasar el tiempo en cualquier otra estancia de su casa, pero está claro que a muchos de los personajes que crea y recrea los encierra en una cocina para que den el máximo de sí. Lo demostró en «Ahora», función con la que descubrí a este autor, director y actor, en la que precisamente Pablo ejercía las tres artes que domina, donde ponía patas arriba la cocina con lo que allí pasaba. Aún recuerdo el olor a cebolla frita que llegaba al patio de butacas del Fernán Gómez. En «La distancia» cerraba la función en una cocina -o, al menos, así lo quise creer yo-. En su último trabajo que se ha hecho público, «He nacido para verte sonreír», sitúa a la madre y al hijo protagonistas en la cocina de su casa. La cocina como centro neurálgico del fin de una relación materno-filial que llega a su fin, pero que nunca debería romperse hasta que el destino lo hiciera irrefrenable para evitar el sufrimiento de la criatura y de quien le trajo al mundo.
Santiago Loza ha escrito este texto para aproximarse a un tema crudo y a la vez real como es la ruptura del cordón umbical entre madre e hijo. Esa separación, como en tantas ocasiones se pone de manifiesto, puede estar causada por muchos y variados motivos, por situaciones elegidas voluntariamente o sobrevenidas de forma estrepitosa. En cualquier caso, siempre causará dolor, desazón, furia y vacío entre sus protagonistas. Loza describe ese momento del corte del cordón, ese momento en el que madre e hijo se pueden desangrar si no se sabe acabar a tiempo con la hemorragia. Quien sabe si estos personajes estaban ya desangrados antes de que el espectador pusiera el ojo en su cocina.
Pablo Messiez cuenta en «He nacido para verte sonreír» con Nacho Sánchez, actor de raza, con talento prodigioso que hace un trabajo complicado, lleno de dobleces y desde lugares poco habituales y difíciles de comprender para la razón humana. Pues Nacho va y lo borda, siguiendo la batuta del director que apunta milimétricamente cada momento de la escena. Trabajo ímprobo el de Nacho Sánchez, que si el montaje tiene recorrido, le dará grandes alegrías. Isabel Ordaz es una bestia de la interpretación. Todo actor tiene su sello característico a la hora de actuar, pero la Ordaz no tiene un sello, tiene una fábrica de moneda y timbre que hace singular y marcadamente personal su forma de trabajar. Domina la interpretación, sale airosa de las situaciones complicadas y lo hace siempre llena de verdad. Nunca hay un fallo y si lo hay, estoy seguro que nadie es capaz de afirmar que lo ha habido. Prodigio interpretativo que da vida a esta madre a veces tierna, a veces insufrible que asume con resignación lo que toca en ese momento que no es otra cosa que despedirse y poner tierra de por medio con su hijo.
Viendo la función tuve dudas de si la despedida materno-filial formaba parte del presente o del pasado. Ese estilismo inicial de la madre a lo Dorothy de «El mago de Oz» me hizo cuestionarme si el texto estaba contado en tono hiperrealista o surrealista. Tengo la duda. Me quedaré con ella -o esperaré a que alguien venga a rescatarme-. Quizá haya visto muchas películas o quizá es que Pablo Messiez no deje de sorprenderme.