Quise dar un voto de confianza a Susan Sarandon, pero con esta mujer no se puede. Menos aún si el compañero de viaje es Pierce Brosnan. Lo sé. Tenía todos los condicionantes para que la película fuera un dramón, pero insisto, hay que dar una oportunidad a todo el mundo.
Cuando leí la sinopsis a nivel usuario (es decir, periódico – cartelera – sinopsis) pude atisbar una leve posibilidad de respiro al desaliento. La historia: una pareja acaba de perder a su hijo postadolescente en un accidente de tráfico. Un día se presenta en su casa una joven diciendo que el finado le puso una semillita antes de morir y que en pocos meses sería la madre de su nieto. De acuerdo. Nadie podrá negar que la historia podía dar mucho de sí, incluso podía tomar la senda de la comedia, superado al trago del dramático principio. Pues no. El principio de El mejor es el final dramático para esta película, que narra las fases del duelo por la desaparición de un ser querido.
La muerte forma parte de la vida desde el principio de los tiempos. El regodeo en el dolor es lo que no es tan habitual. Quizás su director, Shana Feste, ha pretendido hacer entender a quienes no han vivido la muerte de un ser cercano, cómo se transforma la vida de aquellos que en un segundo se sumen en la mayor tragedia de su vida. Quizás Feste ha tratado de paliar el dolor de quienes han sufrido un duelo abriendo en canal las fases de una tragedia, mostrando al público lo que habitualmente se cierra al resguardo de la intimidad.
Susan Sarandon, la actriz del dolor, vuelve a interpretar el mismo personaje dramático en un estado superior de dolor e impotencia. En momentos difusa, perdida en el personaje que incesantemente busca lo que claramente ya no va a encontrar. La compañía de Pierce Brosnan no es la mejor en esta película. Un gesto inexpresivo, impasible, mezcla de conmoción y asombro, se repite en las sucesivas escenas. Brosnan no transmite. No es fácil que un largometraje llegue a ser El mejor.