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Un hombre con gafas de pasta

Convulsa experiencia teatral en La Pensión de las Pulgas. Así definiría en pocas palabras lo que es el montaje “Un hombre con gafas de pasta” que acaba de estrenar la programación de esta ya mítica sala madrileña. La obra de teatro tiene todos los elementos para el éxito: un buen texto, una delicada y acertada dirección y una interpretación que hace sentirse al público como auténticos “voyeurs” autorizados para ver lo que sucede en la casa de esa joven, Aina, que acaba de ser abandonada por su novio y recibe a sus mejores amigos. Ellos sólo quieren ayudarla a superar el trance, similar al que luego sufrirán todos los personajes cuando la historia dé un giro que arremeterá en forma de coletazo inesperado sobre la idea que se haya podido ir creando el espectador sobre cómo se iban a comportar esos personajes. Eso nos pasa por no estar acostumbrados a las sorpresas teatrales, tan necesarias sobre un escenario. Jordi Casanovas en este texto borda este factor.

Pero en el texto se atisba mucho más, principalmente, focalizado en dos asuntos: que no es mejor artista el que mejor se vende de cara al exterior y que las amistades, por muy forjadas que estén, cuando no se tiene una personalidad fuerte, se pueden ver debilitadas por los cantos de sirena. En realidad, esto aplica a la amistad y a tantos otros aspectos de la vida. Jordi Casanovas firma también la dirección y no se le escapa un detalle. Todo calculado milimétricamente para abducir a los personajes en ese misterio que rodeará ese salón desde la llegada del hombre con gafas de pasta. El gafapasta, el intelectual, el “sobrao” es José Luis Alcobendas que maneja admirablemente el control de las miradas y las escalofriantes pausas. Inge Martín saca a relucir un torbellino de emociones, muchas de ellas encontradas, y llena de verdad a esa mujer cabal que parecía estar perdiendo la cordura. Olga Rodríguez y Markos Marín contribuyen con creces a que el giro de la obra sea más convulso para el público. Sus reacciones llenas de sinceridad golpean, otra vez, al espectador.

Calificación: Sin duda una obra que no hay que dejar pasar.

 

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