EL HECHIZO IMPERFECTO
Un homenaje, un amigo fallecido, un escenario y el público sirven de base argumental al texto de Fernando Quiñones que Rafael Álvarez «El Brujo» ha representado por España y que ahora se sube a las tablas del escenario del Teatro Alcázar de Madrid.
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"El Brujo" durante la representación de "El testigo"
Un hombre solo sobre el escenario dispuesto a llenar de alma el teatro. Rafael Álvarez «El Brujo» viene rindiéndose al monólogo en los últimos años. Pocos son los que alcanzan la maestría en este estilo teatral y aun el maestro en este género, no siempre logra proporcionar la plenitud que el espectador desea alcanzar al salir del teatro. Esa satisfacción en grado máximo se queda a mitad de camino en El testigo.
Un hombre solo sobre el escenario narra apuntes de la vida que conoció de su amigo Miguel Pantaleón. El motivo es un homenaje que se rinde al que fuera una máxima expresión del flamenco. Pero ese homenaje ficticio carece de un agarre entre el público. Ver a «El Brujo» sobre las tablas de un teatro ya es una comedia en sí mismo, sus gestos, sus movimientos, la modulación de su voz conforman un grande del teatro español. En este ocasión si el texto de Quiñones acompañara, sería una comedia maestra como su intérprete. «El Brujo» se ha atrevido con Fo (San Francisco Juglar de Dios), Süskind (El Contrabajo) o Molière (El avaro ), pero Quiñones se le ha resistido. Acaba la función el actor cordobés narrando una de sus muchas anécdotas personales tan habituales en sus obras de teatro. Ese final es el que encandila al público. Es más, merecería la pena ir a ver la función aunque sólo fuera por eso, de no ser porque son varios ya los montajes en los que «El Brujo» ha recurrido a la historia del gato, el cura y su padre para dejar un regusto dulce en el público.
Se ha quedado en algo bastante descafeinado