O como dice mi amigo Manu «El resbalón de los dioses». Y es que no se puede pedir a un espectador de teatro que conozca detalladamente una película para poder empezar a entender una obra de teatro. No, no y no, ni se puede ni se debe. Vale que sea una versión de la película homónima de Visconti, pero que eso sea la excusa, no la base.Los montajes teatrales tienen que ser autosuficientes y satisfacer las peticiones del público que siempre trata de salir con regusto agradable de toda función.
El descanso de «La caída de los dioses» en el día de su estreno fue «La huída de los humanos». Periodistas, directores de escena, actrices, maestros de interpretación y un largo etcétera hicieron mutis por el foro del Matadero aprovechando que la larga obra daba un respiro. Y fue una pena porque la segunda parte tiene los momentos más salvables de esta función estéticamente llamativa, pero que se pierde en vericuetos de dirección y de algunas interpretaciones. Y con ello no me estoy refiriendo a Belén Rueda que, aunque en cine no me termina de llenar, en «La caída…» me sorprendió ni me refiero a Fernando Cayo que es un actor de los pies a la cabeza ya lleve alpargatas o porte una corona ni a Alberto Jiménez que con su aire de tío bonachón siempre consigue crear personajes reales.
Si el teatro contemporáneo (o moderno, llámenlo como quieran) es que Pablo Rivero enseñe el culo en escena, entonces «La caída de los dioses» es una obra muy moderna. El mismo Pablo Rivero que, a las órdenes de la versión, interrumpe la función y pide comprensión al ficticio director de escena (y de forma extensiva y tácita se lo pide al público) ya que está interpretando su primera obra de teatro. ¿Recuerdan la versión popular y oficiosa del pasoble «Monolete»? «Manolete, Manolete, si no sabes torear… pa’ qué te metes». Pues eso, o se arriesga sin pedir comprensiones que valgan o se ven los toros desde la barrera.
Tomaz Pandur, director de la función, ha dado mucho que hablar, en los círculos teatrales madrileños, sobre «La caída de los dioses» aunque quizá el tema de conversación no era el que el yugoslavo más hubiera deseado. Limar asperezas de este montaje lo haría redondo, pero eso supondría una revisión desde el principio y de base de este montaje.
Ocurre muchas veces en las adaptaciones que a veces si uno no ha leido la obra o no ha visto una versión anterior no entiende lo que ve. Se dejan cosas por suepuestas y el teatro deja de ser independiente en el sentido que como dices, no es autosuficiente en la puesta.