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Moderna comedia clásica

La ternura

Hay que ver «La ternura». No puedo empezar de otra manera esta opinión. No quiero que nadie se pierda entre estas líneas y no llegue a la única conclusión que el que suscribe quiere transmitir a quien tenga a bien leer esto.

Desde su estreno, sólo había escuchado comentarios de elogio hacia la obra escrita y dirigida por Alfredo Sanzol, pero mi pensamiento seguía instalado, desde la ignorancia de no haber tenido oportunidad de verla, en que sería un popurrí de clásicos bien hilados por su autor. Bueno, pues no, nada de eso, o quizá sí, pero no lo que uno pueda esperar. De entrada, hay que hacer saber que es una comedia desternillante, ideal también para todos los que piden recomendación teatral y antes de que puedas abrir la boca te dicen: «pero una comedia, eh, que dramas ya tenemos bastantes en la vida.» Estoy seguro que, incluso a ellos, les encantará «La ternura».

la ternura (2)

¿Cuál es el secreto del despertar de pasiones de este montaje? Sin arriesgar mucho, diría que es todo en su conjunto. Respuesta facilona, lo admito, pero muy cierta. Entrando más al detalle creo que el éxito de «La ternura» viene por un texto escrito pensando en el espectador del siglo XXI e inspirado en el humor que nos acompaña hoy en día. A esto se añade una dirección ágil y fresca que no abandona al espectador a su suerte y se pone en su pellejo. Y como colofón cuenta con un elenco idílico para hacer reír, en el que disfrutamos de Juan Antonio Lumbreras, que vuelve a sacar su inevitable vis cómica tan necesaria en la comedia, Natalia Hernández, que se zampa lo que le echen sobre un escenario, pero en comedia sabe aportar ese tono ácido incluso desde el gesto, desde el movimiento corporal, o Elena González, que marca el contrapunto del resto de personajes desde la rigidez de la madre amantísima que sólo desea lo que, a su parecer, es lo mejor para sus hijas. Y por supuesto que Eva Trancón, Paco Déniz y Javier Lara están más que a la altura de lo que el montaje requiere para conseguir la ansiada carcajada de muchos espectadores.

Hay que ver «La ternura».

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El mercader de Venecia o la lucha de religiones

Momento de El mercader de VeneciaCuando Shakespeare escribió a finales del siglo XVI El mercader de Venecia los temas que trababa en esa obra eran vistos con normalidad para el público europeo. Sin embargo, visto hoy, El mercader de Venecia nos hace reflexionar sobre la forma de vida del momento, las dificultades sociales para entablar relaciones o el gran conflicto existente ya entonces entre religiones.

La República de Venecia era un estado independiente que lanzó sus tentáculos mercantiles por todo el mundo enviando naves hacia los puntos más insospechados del planeta. La mayor parte de sus habitantes vivían del comercio, sin el que no habrían sido lo que un día fueron -hoy viven del turismo sin el que no serían lo son-. Il Doge regentaba esta república. Otorgaba leyes, administraba justicia, cobraba impuestos… y marginaba a los judíos a no poder ejercer profesión alguna y a vivir confinados en la isla de la Giudecca, ejerciciendo como prestamistas que no estaba catalogada como profesión.  Y así nos describe Shakespeare cómo era la sociedad veneciana de la época en El mercader de Venecia, que estos días se representa en el Teatro Infanta Isabel de Madrid.

Esta obra plasma la persecución y la continua incomprensión sufrida por el pueblo judío. De haber sido escrita hoy, El mercader de Venecia, habría sido calificada como políticamente incorrecta. Pero representarla en estos días nos permite saber cómo se pensaba entonces. Es cierto que el personaje del judío Shylock (interpretado magistralmente por Fernando Conde) no es un ‘santo’. Tampoco la reacción del resto de personajes habría sido la misma sin la provocación del judío a Antonio, pero Shakespeare deja claro quiénes son los buenos y quiénes los malos.

La versión que se representa estos días aporta vivacidad a la obra, emoción e incluso un humor hilarante en algunas escenas. Denis Rafter, su director, ha conseguido hacer de un clásico una obra con interés por saber que va a pasar -más en el segundo acto que en el primero-, suscitando la intriga de saber si los personajes de Antonio (en esta versión interpretado por Juan Gea) y Bassanio se aman o viven una fuerte amistad, mientras Porcia (Natalia Millán) lucha por conseguir el amor de su vida.

Hasta el 9 de agosto.

Teatro Infanta Isabel

Calle Barquillo, 24

Tel.: 91 521 02 12

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