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Éramos tres hermanas

¿A quién no le gustaría poder vivir un sueño despierto? Aunque fuera un sueño vivido por otros. Esa es una experiencia a la que no hay mortal que se resistiera, incluso a pesar de que fuera Chejov quien hubiera ideado la historia grupal que fuera a ser soñada. Carles Alfaro ha dirigido “Éramos tres hermanas” en el Teatro de la Abadía utilizando una brillante forma de expresar el onirismo a través del texto “Tres hermanas”, de Chejov.

En escena Julieta Serrano, magistral como de costumbre, acompañada por la sin par Mamen García, en ocasiones una de aquellas jóvenes hermanas que nos retratara Chejov en su obra, en otras una mujer experimentada que ve la vida con la ilusión de una adolescente, con la ilusión de alcanzar Moscú como meta vital. Mamen García sabe transmitir esa ilusión de niña apasionada. Mariana Cordero representa la templanza, la cordura frente a sus dos hermanas soñadoras. Lástima que el micrófono hiciera que el público perdiera el máximo de la interpretación de Cordero.

Esta nueva visión de las “Tres hermanas” de Chejov, autoría de Sanchis Sinisterra, muestra en pureza la cotidianeidad que habitualmente narraba el autor ruso. Historias del día a día de unos personajes que por naturales pueden crear la sensación de que no está pasando nada. Pero la grandeza de Chejov está en cómo cuenta las historias y sus frases magistrales que caen sobre el espectador como una losa de verdad.

Calificación: Revisar a Chejov no es otra cosa que revisar la realidad.

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Iván-Off

Vivir la experiencia Iván-Off sirve de terapia a la vez que se disfruta de puro teatro fuera del teatro. Y es que La Casa de la Portera mezcla los estilos de vida austera del Madrid de los años cuarenta con el ingenio y la creación más moderna que le ha aportado Alberto Puraenvidia. Esta casa acoge esta temporada la morada de Iván, con sus habitantes, y el hogar de la familia Leyva, personajes adaptados todos ellos por Jose Martret a una realidad actual a partir del Ivanov de Chéjov. Ellos conducen al espectador por las estancias en las que se derrollan las escenas. El público va en búsqueda del futuro de los personajes.

El eje central de la historia es el personaje de Iván, tejido por Martret e intepretado por un Raúl Tejón que se sale, un Tejón que encoge el alma del espectador y le acongoja hasta el punto de querer darle un abrazo para que encuentre consuelo, pero la finísima cuarta pared de esta sala y el respeto al teatro impiden al público, a pesar de las ganas, ser el paño de lágrimas de ese hombre que sufre y no se lo guarda. Raúl consigue aliviar la situación a través de la buena templanza que le da a Iván y con la esperanza para todos de saber que puede volver a sentir y a ser feliz.

El resto de los actores aportan la chispa de la función. Las miradas inquietantes de Rocío Calvo y David González marcan la tensión de lo que, como personajes, están viviendo, provocando la risa nerviosa del espectador. Maribel Luis, en el personaje de la señora Leyva, se la cuela doblada al público. Su excesiva hospitalidad inicial no puede encerrar nada bueno. Y a Roberto Correcher, «el honrado doctor», dan ganas de nominarlo y echarlo de la casa desde que se presenta por lo que de manipulador y tedioso tiene.

Iván-Off no deja indiferente. El personaje de Iván despierta el sentimiento, las ganas de luchar contra el hastío y la necesidad de hacer algo por salir del bucle que nos inunda. Iván-Off es uno de esos regalos que la escena madrileña deja caer fortuitamente. Han llegado los reyes fuera de época, sin escribirles la carta y sin el plantón de la espera en la cabalgata.

La Casa de la Portera

Calle Abades, 24 – Bajo Dcha

Reservas 649 39 75 71

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Tres años

«¡Por fin el público se ríe con un Chéjov!» La actriz María Pastor repetía feliz tras el estreno de «Tres años», la novela de Anton Chéjov, transformada mágicamente en obra de teatro por el excelso director de escena Juan Pastor que, según me consta, se ha desvivido por obtener un resultado como el que se puede ver sobre el escenario de su teatro, la Sala Guindalera.

Raúl Fernández da vida, en esta adaptación traída a la España de los años 30, al protagonista de la función y centro de atenciones de los personajes que le van rodeando. Raúl se viste el traje de Alejandro y sale al escenario para demostrar que esa vestimenta, entallada a su medida, da mucho de sí sin deformar las prendas. Raúl es una montaña rusa de emociones, toda ellas milimetradas, todas ellas exactas y precisas. Consigue que nos metamos en la vida del personaje y nos lo creamos. Esa es la función de un actor, un buen actor.

María Pastor no se queda atrás. Transmite al espectador, una vez más, la pasión que siempre demuestra con cada uno de sus papeles y proporciona el realismo necesario que debe tener toda interpretación. Con esta Julia enternece, estremece y se crece encima del escenario. María con la dirección de Juan aporta momentos conmovedores a veces conseguidos sólo con un gesto.

El resto de personajes interpretados por José Maya, Alicia González y el sorprendente José Bustos, que lo mismo interpreta que canta que toca el piano en esta función, son el complemento que aporta las pinceladas de humor y sufrimientos a la historia de amor entre Julia y Alejandro.

El amor es el centro de la vida de cada uno de los personajes de esta obra que con sus caprichos conformará el camino que marcará a cada uno de ellos con los giros que Juan Pastor ha querido darles desde la dramaturgia y desde esa dirección que no podía ser más precisa. Auguramos que el duro trabajo de Guindalera al completo será bien recompensada por el público madrileño a través de estos «Tres años».

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