No tenía mucha claridad sobre qué iba a ver cuando atravesé la puerta de la Sala Cuarta Pared (en realidad, me pasa muchas veces, voy casi por inercia), pero esa «boqueá» me atraía, como casi todo lo andaluz. Andalucía y sus gentes tiran de mí, me encuentro en casa cada vez que viajo al sur. Algo parecido me ocurrió con «La última boquéa» desde que me senté en la butaca. A pesar de no estar localizada ni en lugar que se pueda señalar geográficamente ni en un momento determinado con el que poder identificarse, los actores tienen la virtud de saber atrapar con la historia de sus protagonistas, con sus tristes y aburridas vidas y conseguir que el espectador se interese por la falta motivación que tienen por su supervivencia . Viven porque no les queda más remedio, regocijándose en su pena (¡ay, qué pena!), en sus desgracias, en sus rutinarios y cíclicos días en una isla que se los come.

Este montaje encierra, como un caleidoscopio, infinitas metáforas sobre la sociedad, el empleo, el paro, el progreso, el amor, el dolor y otros temas para nada baladíes. Cuando se mira por su agujero es cuando llega la sorpresa, la risa, la carcajada por lo disparatadas que son las imágenes que proyecta, pero a la vez hiela la sangre ver cuál es la realidad que hay detrás de esas increíbles fotografías que Teatro a la Plancha plasma sobre el escenario. En cada una de ellas queda más que demostrada la veneración que siente esta compañía por la tierra inspiradora de «La última boqueá». Andalucía está en cada movimiento, en cada expresión, en cada rincón recreado. Rinden de forma acertadísima e hilarante un homenaje a la fiesta más representativa e internacional del sur de España («¡no corré!») que para los conocedores de la materia será un disfrute.
María Díaz, Selu Nieto y Manuel Ollero “Piñata” ponen el alma a estos tres desdichados seres que viven atrapados en un bucle de penurias y falta de iniciativas. Los tres actores dominan sus personajes, los han conocido, los han tenido cerca y esa inspiración de carne mortal les llena de verdad al plasmar sus surrealistas modos de vida. Sus interpretaciones son el abono a las raíces que tiene este montaje, que crecerá para hacerse más frondoso y llamar la atención en el bosque.
La historia de «El luna del Lady Chatterley», un granito más en la lucha para que la mujer ocupe el puesto que le pertenece, puede sonarles repetitiva, a unos, y antigua, a otros. Nunca está de más que nos lo recuerden y más cuando la historia se sitúa en 1932, lo que nos da la perspectiva necesaria para entender lo mucho que hemos avanzado en poco tiempo.
Salí de la Sala Margarita Xirgu del Teatro Español pensando que la dramaturgia de «Furiosa Escandinavia» contiene los elementos propios de una dramaturgia vanguardista, en primera línea de creación de un ideario contemporáneo propio del siglo XXI. Han pasado varios días desde entonces y hago extensivo el calificativo de vanguardista no sólo a la dramaturgia, sino al resto del montaje. Porque cada elemento de esta pieza actual transmite vitalidad, energía renovada e ilusión por el futuro del teatro.
Con Pablo Messiez comparto la pasión por hacer la vida en la cocina. En realidad, nunca le he preguntado a Pablo si él prefiere estar en la cocina antes que pasar el tiempo en cualquier otra estancia de su casa, pero está claro que a muchos de los personajes que crea y recrea los encierra en una cocina para que den el máximo de sí. Lo demostró en «Ahora», función con la que descubrí a este autor, director y actor, en la que precisamente Pablo ejercía las tres artes que domina, donde ponía patas arriba la cocina con lo que allí pasaba. Aún recuerdo el olor a cebolla frita que llegaba al patio de butacas del Fernán Gómez. En «La distancia» cerraba la función en una cocina -o, al menos, así lo quise creer yo-. En su último trabajo que se ha hecho público, «He nacido para verte sonreír», sitúa a la madre y al hijo protagonistas en la cocina de su casa. La cocina como centro neurálgico del fin de una relación materno-filial que llega a su fin, pero que nunca debería romperse hasta que el destino lo hiciera irrefrenable para evitar el sufrimiento de la criatura y de quien le trajo al mundo.
Supe la existencia de esta función cuando su perfil en Twitter @ComediaMultimed empezó a seguir a @EfectoMadrid. Todo muy mutimedia. La estética que vi en las fotos me moló, me moló mucho. De hecho, pensé que se trataba de una comedia, eso estaba claro, guiada por una azafata de altos vuelos y alto tupé, interpretada por Inma Cuevas que sin duda, y cada vez más, ya anda por la estratosfera (hoy me he desayunado con la crónica de Daniel Galindo para los informativos tempraneros de RNE en la que contaba que la Cuevas había sido doblemente premiada por sus compañeros de la Unión de Actores. Un no parar lo de esta mujer. Desde aquí, desde allí y desde donde haga falta, mi enhorabuena, que no sé si es necesario debido a mi reconocida devoción, que viene de lejos).
No quiero oír hablar de «moderneces», dirían algunos, y entraríamos en la eterna discusión de si los clásicos sólo se pueden representar como se hicieron en el momento de su estreno o si existe la posibilidad de traerlos a momentos más cercanos en el tiempo, con lo que aporta de bueno la identificación rápida e inmediata del espectador con lo que sucede en el escenario.
¡Cusha, niña, cómo me lo pasé! Me reí incluso más que la primera vez. Y me dieron más pena que nunca esas dos princesas. Es una desgracia no poder conocer mundo, pero más desgracia es conocerlo a través del vómito de una pantalla de televisión. Ellas sólo dominan su mundo, sus cuatro paredes, no han ido más allá de la esquina de su casa y, sin embargo, creen estar de vuelta de todo. Hasta el día que casi de un empujón deciden cruzar el umbral de su zona de confort, o de incomodidad, y se enfrentan al mundo. Un mundo nuevo, desconocido, desafiante y al que ellas mismas desafían, sin pararse a pensar que son el punto débil del sistema que le avocará a ser víctimas de su desconocimiento. Pero a pesar de sus tragedias, porque la función da para que les caigan rayos y centellas, ellas tratan de salir adelante y luchar con las armas que siempre han tenido a su alcance: el odio, la venganza y guardar las apariencias.
Recibir la noticia de que Pablo Messiez está enzarzado en un nuevo montaje teatral genera una grata impaciencia a los amantes del teatro porque el tiempo pasa muy despacio desde que se recibe la dichosa noticia hasta el estreno de la obra «messieana». Nos podemos sentir afortunados porque «Todo el tiempo del mundo», la última creación teatral escrita y dirigida por Messiez, ya está sobre los escenarios y esta vez en las Naves del Español, sin duda, vientre natural para los montajes del creador argentino.
Historias de Usera hay miles, por no decir millones. Fernando Sánchez-Cabezudo ha hecho una selección de narraciones que han persistido en ese conjunto de calles y que fue el barrio natal de su sala de teatro, la Sala Kubik, una de las más comprometidas con el buen hacer escénico y que fue el origen de este disfrute teatral para «usereños» y forasteros.