La última boqueá

No tenía mucha claridad sobre qué iba a ver cuando atravesé la puerta de la Sala Cuarta Pared (en realidad, me pasa muchas veces, voy casi por inercia), pero esa «boqueá» me atraía, como casi todo lo andaluz. Andalucía y sus gentes tiran de mí, me encuentro en casa cada vez que viajo al sur.  Algo parecido me ocurrió con «La última boquéa» desde que me senté en la butaca. A pesar de no estar localizada ni en lugar que se pueda señalar geográficamente ni en un momento determinado con el que poder identificarse, los actores tienen la virtud de saber atrapar con la historia de sus protagonistas, con sus tristes y aburridas vidas y conseguir que el espectador se interese por la falta motivación que tienen por su supervivencia . Viven porque no les queda más remedio, regocijándose en su pena (¡ay, qué pena!), en sus desgracias, en sus rutinarios y cíclicos días en una isla que se los come.

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Este montaje encierra, como un caleidoscopio, infinitas metáforas sobre la sociedad, el empleo, el paro, el progreso, el amor, el dolor y otros temas para nada baladíes. Cuando se mira por su agujero es cuando llega la sorpresa, la risa, la carcajada por lo disparatadas que son las imágenes que proyecta, pero a la vez hiela la sangre ver cuál es la realidad que hay detrás de esas increíbles fotografías que Teatro a la Plancha plasma sobre el escenario. En cada una de ellas queda más que demostrada la veneración que siente esta compañía por la tierra inspiradora de «La última boqueá». Andalucía está en cada movimiento, en cada expresión, en cada rincón recreado. Rinden de forma acertadísima e hilarante un homenaje a la fiesta más representativa e internacional del sur de España («¡no corré!») que para los conocedores de la materia será un disfrute.

María Díaz, Selu Nieto y Manuel Ollero “Piñata” ponen el alma a estos tres desdichados seres que viven atrapados en un bucle de penurias y falta de iniciativas. Los tres actores dominan sus personajes, los han conocido, los han tenido cerca y esa inspiración de carne mortal les llena de verdad al plasmar sus surrealistas modos de vida. Sus interpretaciones son el abono a las raíces que tiene este montaje, que crecerá para hacerse más frondoso y llamar la atención en el bosque.

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El lunar de Lady Chatterley

Buah, Ana Fernández, ¡qué poder escénico tiene! Me dejó con la boca abierta prácticamente con cada palabra que dirigía a los espectadores, al público de esa sala de vistas en la que se juzga a esa pobre mujer. «El lunar de Lady Chatterley» no es un texto fácil, como casi ninguno, pero aquí hay que añadirle que tiene que la actriz tiene que capear la soledad sobre el escenario con un texto que funciona como un reloj de precisión, en el que cualquier fallo puede ser tan evidente que no permita remediar el error. No se trastabilló ni tuvo un gesto de duda una sola vez. Te admiro, Ana. Te admiro por ese dominio que tienes del verbo, por saber combinar, como una maestra, la palabra, el gesto y las pausas. La mano de Antonio Gil ha sido muy certera en la dirección, se nota. Pero la dicción y las pausas son de Ana Fernández y las maneja como quiere.

el-lunar-de-lady-chatterley_ana-web-mediaLa historia de «El luna del Lady Chatterley», un granito más en la lucha para que la mujer ocupe el puesto que le pertenece, puede sonarles repetitiva, a unos, y antigua, a otros. Nunca está de más que nos lo recuerden y más cuando la historia se sitúa en 1932, lo que nos da la perspectiva necesaria para entender lo mucho que hemos avanzado en poco tiempo.

Más allá del interés que pueda despertar el tema, la propuesta teatral es brillante desde el mismo momento en el que su protagonista pone un pie en el escenario. Esta es una obra de texto, por cierto, detalladamente escrito por Roberto Santiago, sin llegar a la pesadez ni a los giros interminables en torno a un mismo asunto en el que suelen dejarse caer los monólogos. Aquí, no. Todo preciso, pero sin perder detalle, como en esa excepcional descripción de Sir Chatterley que Ana Fernández borda y llena de las correspondientes intenciones dejando al espectador sin aliento mientras clavan su mirada en la expresión prodigiosa de la actriz.

Un lunar pocas veces creó una historia única, irrepetible como esta que, además de trasladar el mensaje del necesario empoderamiento de la mujer, muestra el trabajo de unos artistas que saben atraer al público con el manejo de la palabra y el verbo único de Ana Fernández.

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Autobiografía de un yogui

Que me perdone El Brujo, pero «Autobiografía de un yogui» sólo puede interesar a los amantes espirituales de Yogananda. ¿Qué quién es Yogananda? El autor del libro «Autobiografía de un yogui», un best-seller traducido a 27 idiomas que propagó por occidente los principios del yoga y condujo a la meditación a muchos de sus lectores. El libro, como cuenta El Brujo en su montaje, tiene 700 páginas, reveladoras del poder de la disciplina ancestral y, especialmente, de las experiencias vitales de Yogananda. Me pareció que El Brujo no se dejaba ni una de las páginas por contar al espectador en las más de dos horas que dura el montaje.

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El Brujo ya no es quien era. O quizá el que haya cambiado haya sido yo. Admiré y hasta idolatré a El Brujo cuando interpretaba «San Francisco, juglar de Dios» o  «El Lazarillo de Tormes». Es más, le proporcioné seguidores que admiraban su forma de contar historias en tono jocoso, con anécdotas más que repetidas, pero que no dejaban de encandilar al público convertido en fiel admirador de ese ser teatral casi paranormal. Sus últimos trabajos no me cautivaron, pero como soy amante de dar oportunidades, me cogí a mi amiga Lpunto y me la llevé a ver «Autobiografía de un yogui» justo la misma semana en la que ella se iniciaba en el universo de la extendida práctica india. No triunfé. Lpunto es una apasionada de sus primeras experiencias con el yoga, pero vivió la historia de Yogananda contada por El Brujo de una forma más similar a los minutos finales de relajación después de una sesión yogui que como una apasionante historia narrada como nunca antes. Si se arriesgan a verla, vayan descansados.

Así he empezado esta temporada. Menos mal que parece que podremos remontar con lo que está por venir en los próximos meses. Namasté.

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Furiosa Escandinavia

furiosa-escandinavia-cartel-baja-1Salí de la Sala Margarita Xirgu del Teatro Español pensando que la dramaturgia de «Furiosa Escandinavia» contiene los elementos propios de una dramaturgia vanguardista, en primera línea de creación de un ideario contemporáneo propio del siglo XXI. Han pasado varios días desde entonces y hago extensivo el calificativo de vanguardista no sólo a la dramaturgia, sino al resto del montaje. Porque cada elemento de esta pieza actual transmite vitalidad, energía renovada e ilusión por el futuro del teatro.

Antonio Rojano ha escrito un texto sobre un tema tan clásico como el amor. ¿Qué gran autor no ha escrito sobre el amor? Lo que Rojano ha plasmado en esta obra nada tiene que ver con el concepto clásico del tratamiento del amor que se ha dado a lo largo de los últimos siglos. Los personajes de «Furiosa Escandinavia» van en busca del amor y a la vez huyen de él creando el desconcierto en el espectador porque escapan de lo que añoran. El autor crea un mosaico de sentimientos narrados desde la propia piel de quien los vive pero también desde el pensamiento de quien observa esa forma de vivirlos. Un conglomerado de puntos de vista y sentimientos que hacen recapacitar sobre lo que de verdad hay detrás de cada gesto, de cada palabra cuando se trata del amor.

La dirección de Víctor Velasco acreciente mi idea de que este un montaje de vanguardia. Qué virtud la suya para mantener atrapado al espectador durante toda la función. No se puede dejar de mirar a través de esos ventanales. Velasco convierte a todo el patio de butacas en voyeurs anónimos que miran por esos grandes cristales, tan propios de los países calvinistas, a través de los cuales demuestran que en el interior de la casa no hay nada que ocultar. Pues tal cual se transmite en la función. Sus personajes lo muestran todo, no esconden nada, salvo los recovecos innatos de cada ser. Magnífica la combinación de proyecciones integrada en la realidad de los personajes, siendo uno más en cada momento preciso.

Los cuatros actores protagonistas están acompasados con el nivel del montaje como no podía ser menos. Impresionado me dejó Francesco Carril, Balzacman en la función. Le conocía de oídas, aunque nunca le había sobre un escenario. Ha sido una grata sorpresa y un enorme descubrimiento, lleno de versatilidad y con la capacidad de hacer empatizar al espectador con lo que le pasa por dentro, sin duda, esta es la mayor virtud que puede tener un actor. El resto de los intérpretes Sandra Arpa, Irene Ruiz y David Fernández ‘Fabu’ están magníficos en sus personajes, manejando con detalle y cuidadosamente cada una de las aristas configuradas por el director para poner en pie el desasosiego de cada uno de ellos.

Escandinavia nuca estuvo tan furiosa. Escandinavia nunca atrajo tanto la atención. Escandinavia nunca fue tan contemporánea.

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He nacido para verte sonreír

he nacidoCon Pablo Messiez comparto la pasión por hacer la vida en la cocina. En realidad, nunca le he preguntado a Pablo si él prefiere estar en la cocina antes que pasar el tiempo en cualquier otra estancia de su casa, pero está claro que a muchos de los personajes que crea y recrea los encierra en una cocina para que den el máximo de sí. Lo demostró en «Ahora», función con la que descubrí a este autor, director y actor, en la que precisamente Pablo ejercía las tres artes que domina, donde ponía patas arriba la cocina con lo que allí pasaba. Aún recuerdo el olor a cebolla frita que llegaba al patio de butacas del Fernán Gómez. En «La distancia» cerraba la función en una cocina -o, al menos, así lo quise creer yo-. En su último trabajo que se ha hecho público, «He nacido para verte sonreír», sitúa a la madre y al hijo protagonistas en la cocina de su casa. La cocina como centro neurálgico del fin de una relación materno-filial que llega a su fin, pero que nunca debería romperse hasta que el destino lo hiciera irrefrenable para evitar el sufrimiento de la criatura y de quien le trajo al mundo.

Santiago Loza ha escrito este texto para aproximarse a un tema crudo y a la vez real como es la ruptura del cordón umbical entre madre e hijo. Esa separación, como en tantas ocasiones se pone de manifiesto, puede estar causada por muchos y variados motivos, por situaciones elegidas voluntariamente o sobrevenidas de forma estrepitosa. En cualquier caso, siempre causará dolor, desazón, furia y vacío entre sus protagonistas. Loza describe ese momento del corte del cordón, ese momento en el que madre e hijo se pueden desangrar si no se sabe acabar a tiempo con la hemorragia. Quien sabe si estos personajes estaban ya desangrados antes de que el espectador pusiera el ojo en su cocina.

Pablo Messiez cuenta en «He nacido para verte sonreír» con Nacho Sánchez, actor de raza, con talento prodigioso que hace un trabajo complicado, lleno de dobleces y desde lugares poco habituales y difíciles de comprender para la razón humana. Pues Nacho va y lo borda, siguiendo la batuta del director que apunta milimétricamente cada momento de la escena. Trabajo ímprobo el de Nacho Sánchez, que si el montaje tiene recorrido, le dará grandes alegrías. Isabel Ordaz es una bestia de la interpretación. Todo actor tiene su sello característico a la hora de actuar, pero la Ordaz no tiene un sello, tiene una fábrica de moneda y timbre que hace singular y marcadamente personal su forma de trabajar. Domina la interpretación, sale airosa de las situaciones complicadas y lo hace siempre llena de verdad. Nunca hay un fallo y si lo hay, estoy seguro que nadie es capaz de afirmar que lo ha habido. Prodigio interpretativo que da vida a esta madre a veces tierna, a veces insufrible que asume con resignación lo que toca en ese momento que no es otra cosa que despedirse y poner tierra de por medio con su hijo.

Viendo la función tuve dudas de si la despedida materno-filial formaba parte del presente o del pasado. Ese estilismo inicial de la madre a lo Dorothy de «El mago de Oz» me hizo cuestionarme si el texto estaba contado en tono hiperrealista o surrealista. Tengo la duda. Me quedaré con ella -o esperaré a que alguien venga a rescatarme-. Quizá haya visto muchas películas o quizá es que Pablo Messiez no deje de sorprenderme.

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Comedia multimedia

comedia multimediaSupe la existencia de esta función cuando su perfil en Twitter @ComediaMultimed empezó a seguir a @EfectoMadrid. Todo muy mutimedia. La estética que vi en las fotos me moló, me moló mucho. De hecho, pensé que se trataba de una comedia, eso estaba claro, guiada por una azafata de altos vuelos y alto tupé, interpretada por Inma Cuevas que sin duda, y cada vez más, ya anda por la estratosfera (hoy me he desayunado con la crónica de Daniel Galindo para los informativos tempraneros de RNE en la que contaba que la Cuevas había sido doblemente premiada por sus compañeros de la Unión de Actores. Un no parar lo de esta mujer. Desde aquí, desde allí y desde donde haga falta, mi enhorabuena, que no sé si es necesario debido a mi reconocida devoción, que viene de lejos).

Me despistó ese azul Facebook que es muy parecido al azul azafata clásico y contemporáneo (si no, echad un vistazo al uniforme de las auxiliares de KLM). Pero ella no, ella no es una azafata. Ella es una maestra de ceremonias, una diosa, una diva y hasta un «Pepe» cualquiera en esta «Comedia multimedia». El título no lleva a engaños. Comedia es y  la cuestión multimedia recibe mucha cera. Noventa minutos de risas de continuo, que te llevan de una situación a otra, la mayoría de ellas vividas por el público con su ordenador, con su teléfono, con su wifi, con su televisión, en resumen, con lo que sea que a través de una pantalla nos conecte con el otro lado de la pared. La confirmación de que los espectadores se identifican con lo que Inma y sus chicos -David Ordinas, Jacinto Bobo y Fran García, que están fantásticos y dan grandísimos momentos a la función gracias a su talento multidisciplinar-, se comprueba en directo y no se escapa nadie de haber caído en las redes de las redes. Y si no, que se lo digan a Alberto Velasco que el día del estreno se quedó solo haciendo una confesión secreta… (y hasta aquí puedo leer). Ese día fue Alberto y otro día será otro espectador cualquiera porque esta función conduce a la reflexión para preguntarnos si debemos seguir por donde vamos. ¿Sabemos hacia dónde nos está llevando la tecnología, los avances en la comunicación y la avidez por consumir datos en la que vivimos? Creo que muy pocos conocen la respuesta aunque «Comedia multimedia» a través de sus músicas, sus coreografías, su chica y sus chicos nos permite sacar conclusiones para aplicarlas a nuestra forma de gestionar la desmesurada actividad multimedia en la que vivimos.

Contar con la dramaturgia de Álvaro Tato y la dirección de Yayo Cáceres es lo mismo que decir que esta producción ha contado casi con la esencia de Ron Lalá para encaminarse al éxito. Álvaro y Yayo endosan píldoras al patio de butacas que reacciona como si inhalara el gas de la risa, con la diferencia que sus píldoras nos se evaporan, al contrario, dejan un poso que queda por un tiempo. Dramaturgo y director saben manejar el lenguaje, la comedia y la música, dándole el ritmo adecuado para no caer ni en la pesadez ni en el aburrimiento, dos características que nunca definirán lo que es «Comedia multimedia», un divertimento reactivo y crítico al mundo interactivo en el que todo es posible, pero al que también hay que fijar límites.

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Otelo

IMG_8717No quiero oír hablar de «moderneces», dirían algunos, y entraríamos en la eterna discusión de si los clásicos sólo se pueden representar como se hicieron en el momento de su estreno o si existe la posibilidad de traerlos  a momentos más cercanos en el tiempo, con lo que aporta de bueno la identificación rápida e inmediata del espectador con lo que sucede en el escenario.

Pues habrá de todo, como no, pero en el caso de este «Otelo», en versión de Paco Montes, yo apoyo la modernidad y la cercanía. Sin duda, la clave del éxito de este montaje es traer al siglo XXI a Otelo y a su patulea. ¡Todo un acierto! ¿Por qué? Porque vivimos en la época de la velocidad, todo tiene que pasar rápido y cuando una función dura más de noventa minutos se nos hace larga (algunas con la mitad ya adquieren la consideración de pesadas). Paco Montes cumple los deseos de la gente moderna y la lleva a esa duración. Habrá amantes empedernidos de Otelo que consideren que para versionar a Shakespeare hay que tener redaños, pues Montes los tiene y acierta con su idea. No olviden el mantra: «la mayoría de las veces, menos es más.»

Paco Montes, además, de versionar ha dirigido esta obra junto a Lucas Smint. Me da la impresión de que ambos directores llegaron a los ensayos con las ideas bien claras. Imaginar a Otelo y Yago corriendo por la playa mientras Desdémona y Emilia los esperan tomando el sol armadas con pamela y gafas oscuras no es moco de pavo para que surja la idea por casualidad. Este es sólo uno de los grandes momentos que nos regala la dirección.

La puesta en escena transmite seguridad, aceptación del riesgo y valentía, todo ello canalizado a través de unos actores que han sabido entender el mensaje que se quería lanzar desde la dirección. No tengo ningún pero para ninguno de los actores, que les vamos a hacer, ya habrá ocasión de repartir, pero aquí, no. Interpretaciones limpias, certeras y absolutamente creíbles, llenas de verdad como se dice en el argot. Feliz sorpresa haber podido descubrir a un elenco tan en línea, sin poder destacar a unos sobre otros. Sólo me distrajo María Herrero, a pesar de que ella es magnífica. Pero no fue por su interpretación, sencillamente, es que yo no era capaz de recordar en qué otro montaje la había visto. Bendito internet que a la salida me recordó que María había trabajado con Los Hedonistas en «Concierto para la Acumulación» que pude ver en la extinta Sala Triángulo, que en paz descanse. No me había olvidado de su cara, imagino, por la singularidad del montaje y, sobre todo, por su buen hacer que vuelvo a destacar aquí.

En este post, tengo que extender un agradecimiento especial al actor Iñaki Díez, otro gran descubrimiento de este montaje, por su perseverancia, porque gracias a él vi este «Otelo», el Otelo de Paco Montes y al que, sin duda, debo el disfrute que viví durante esos noventa minutos y el regusto dulce que me lleve a casa.

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LAS PRINCESAS DEL PACÍFICO

Llevo años recibiendo solicitudes de amigos y conocidos que me preguntan qué obra de teatro les recomiendo porque quieren ir a pasar un buen rato y echarse unas risas. Mensaje recibido por mucho que me repatee. A partir de ese momento, me toca estrujarme las meninges para decidir qué narices les recomiendo sin que vayan a ver cualquier propuesta que le licue el cerebro en menos de noventa minutos. Si me lo preguntaran hoy, lo tendría muy fácil: «Vete a ver ‘Las princesas del Pacífico’, te vas a morir de la risa». Ellas, la tía y la sobrina, aportan un poco de todo aquello que, en general, buscamos cuando vamos al teatro. El otro día repetí y volví a ver a esas dos mujeres de Dos Hermanas, o del pueblo más recóndito de España, que, a las pobrecitas, les pilla todo. No fui solo, reuní a un nutrido grupo de amigos a los que les gusta echarse unas risas en un patio de butacas, pero que también quieren que desde un escenario les toquen dentro.

las-princesas-del-pacifico-cartel¡Cusha, niña, cómo me lo pasé! Me reí incluso más que la primera vez. Y me dieron más pena que nunca esas dos princesas. Es una desgracia no poder conocer mundo, pero más desgracia es conocerlo a través del vómito de una pantalla de televisión. Ellas sólo dominan su mundo, sus cuatro paredes, no han ido más allá de la esquina de su casa y, sin embargo, creen estar de vuelta de todo. Hasta el día que casi de un empujón deciden cruzar el umbral de su zona de confort, o de incomodidad, y se enfrentan al mundo. Un mundo nuevo, desconocido, desafiante y al que ellas mismas desafían, sin pararse a pensar que son el punto débil del sistema que le avocará a ser víctimas de su desconocimiento. Pero a pesar de sus tragedias, porque la función da para que les caigan rayos y centellas, ellas tratan de salir adelante y luchar con las armas que siempre han tenido a su alcance: el odio, la venganza y guardar las apariencias.

La reflexión está lanzada. José Troncoso ha creado un historia circular. Los personajes sin duda recorren el viaje del héroe, pero con un sentido inverso. En lugar de crecer, han ido a menos por imposible que parezca. De Troncoso, aparte de dar un apunte que entra en lo personal y es que es muy buena gente y eso se demuestra también en su trabajo, cabe destacar la historia que ha sabido relatar, llena de pinceladas, de detalles que reflejan una sociedad que, aunque alejada de las apariencias que convive en las grandes ciudades, sigue existiendo en los pequeños núcleos de población o de forma más disimulada en las urbes. Ojalá que este montaje pudiera llegar a cada rincón de España y ayudase a mejorar en el comportamiento humano que ferozmente critica el autor de «Las princesas del Pacífico», probablemente porque ansía que algún día dejen de existir comportamientos sociales como lo que cuenta en su trabajo. La dirección es igual de cuidada y detallista, llenando de verdad a esas dos mujeres. Alicia Rodríguez y Belén Ponce de León son tía y sobrina y podrían serlo de por vida porque el espectador en ningún momento deja de creérselo. Alicia Rodríguez es un prodigio andaluz que llena de arte el escenario y que nos encandila a los que no somos andaluces y admiramos las virtudes de los habitantes del sur de España. No puede sacar ni más rabia ni más vileza pero tampoco mayor protección hacia su único tesoro. Belén Ponce de León es un cañón interpretativo. Mantiene la inocencia de ese personaje en todo momento, llegando a instalarse muy adecuadamente en esa pánfila que no ha visto el mundo por un agujero.

Seguiré recomendando «Las princesas del Pacífico» a todos aquellos que digan que quieren ir al teatro a echarse unas risas. Desde luego, no pararán de reírse aunque después les venga el remordimiento pensado de qué se han reído.

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Todo el tiempo del mundo

todo-el-tiempo-cartelRecibir la noticia de que Pablo Messiez está enzarzado en un nuevo montaje teatral genera una grata impaciencia a los amantes del teatro porque el tiempo pasa muy despacio desde que se recibe la dichosa noticia hasta el estreno de la obra «messieana». Nos podemos sentir afortunados porque «Todo el tiempo del mundo», la última creación teatral escrita y dirigida por Messiez, ya está sobre los escenarios y esta vez en las Naves del Español, sin duda, vientre natural para los montajes del creador argentino.

En «Todo el tiempo del mundo» la acción transcurre en el interior de una antigua zapatería de señoras, muy parecida a la que regentaba el abuelo del autor, el señor Flores. Nos podemos ahorrar la pregunta de cuánto hay de autobiográfico en este montaje. Durante la entrada del público y durante los primeros minutos, las clientas deambulan por el local mientras son atendidas por los dependientes. Hasta aquí el realismo de la función. Transcurridos esos primeros minutos, comienza la ensoñación del propietario de la zapatería, el señor Flores. El pasado y el futuro conviven irremediablemente entre suelas y tacones, no hay quien pare esa centrifugadora del tiempo. Y para crear confusión está el presente que no acierta a comprende lo que está pasando, probablemente, porque el presente nos ciega, nos sobrepasa, no nos deja ver más allá ni girar la cabeza para saber de dónde venimos. De nuevo Messiez, como ya hiciera en «La distancia», hace malabares con los planos temporales. Demuestra que domina el movimiento de esos tiempos, añadiendo en esta obra el plano del tiempo futuro, difícil de digerir por desconcertante y desconocido.

Cada personaje es un tiempo viviendo su presente. Sólo el personaje de Nené porta la bola de cristal para anunciar al señor Flores lo que le deparará el futuro en un diálogo intenso, íntimo y desolador para el patio de butacas. María Morales es Nené que representa el presente y el futuro, la ternura y la crudeza en un registro que María Morales domina sabiamente, regalando un trabajo a los espectadores que no dejará indiferente a nadie del público. La compañía Grumelot conforma el resto del elenco. Todos ellos jóvenes y talentosos como demuestran en cada minuto de esta función. Iñigo Rodríguez-Claro saca a luz su gran valía dando vida al señor Flores. Sin duda, un gran regalo de Pablo Messiez al actor, quien posee un talentoso dominio de la técnica actoral que le permite poder atravesar los difíciles momentos que debe digerir el personaje, aguantando el peso de la historia y manteniéndose en escena prácticamente durante toda la función.

Pablo Messiez se reta así mismo con cada estreno. «Todo el tiempo del mundo» tiene muchos elementos para llegar a lo más profundo del espectador y esta vez lo consigue desde ese prisma del tiempo, de todo el tiempo del mundo, aún inexplorado en su totalidad por el autor. El que no arriesga, no cruza la mar. Pablo Messiez la cruzó y creo que debe estar llegando a nado a Hawaii. Confiemos en la inmensidad de los océanos para que pueda seguir nadando.

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Historias de Usera

El otro día estaba sentado junto a mi madre en su casa viendo el clasicazo del cine «¿Qué fue de Baby Jane?» cuando el chico de los periódicos que salió en la película le recordó al chaval que pasaba por delante de la ventana de ese mismo salón con un carro lleno de noticias mientras gritaba: «¡El Pueblo, el Pueblo! ¿Con la Narcisa, la madre de El Cordobés!» Que la Narcisa era la madre de El Cordobés era algo que yo tuve asumido durante toda mi infancia ya que desde que puse un pie en este mundo había estado escuchado el relato de aquel día en el que El Cordobés se acercó al barrio de Usera a conocer a la Narcisa, para todo en el barrio, la madre de El Cordobés. El revuelo que se debió montar en Almendrales ya me gustaría a mí a verlo visto por un agujerito. El tiempo me hizo darme cuenta de que la Narcisa sólo fue la madre de El Cordobés en su imaginación. Ella lo sentía como vivo en su pensamiento y el barrio estaba lleno de dudas (¡si salía hasta en el periódico «Pueblo»!) hasta que El Cordobés se personó en la Usera Baja y aclaró que su madre nunca había pisado ese barrio lleno de historias.

historiasdeusera_cartelHistorias de Usera hay miles, por no decir millones. Fernando Sánchez-Cabezudo ha hecho una selección de narraciones que han persistido en ese conjunto de calles y que fue el barrio natal de su sala de teatro, la Sala Kubik, una de las más comprometidas con el buen hacer escénico y que fue el origen de este disfrute teatral para «usereños» y forasteros.

Hacía mucho tiempo que no vivía con tanta impaciencia un estreno teatral. Sabía que escuchar parte de mi imaginario infantil y adolescente en boca de actores a los que admiro me iba a enternecer. No me equivoqué. Reí, reí muchísimo, incluso varias veces fui el único que soltó una carcajada en la sala porque sólo los de «Useras» podemos entender ciertas cosas. Y lloré. Cómo no dejar escapar la emoción reviviendo sobre el escenario los bailes en Copacabana donde tantas celebraciones tuvieron cita, incluida la boda de mis padres.

Ay, Inma (Cuevas), Pilar (Gómez), Jesús (Barranco) y Jose (Troncoso), si antes ya os admiraba, ahora os idolatro. Llevo una semana con vuestras interpretaciones pegadas en la cara interna de mi occipital y no consigo que os vayáis. Transmitís no sólo las «Historias de Usera» sino la historia de un barrio que ha evolucionado en el tiempo, que no deja de hacerlo y que como virtuosos de la escena que sois os situáis igual en los años 60 que en el siglo XXI llenando de verdad a cada personaje sin importar en qué época haya vivido. Hubiese sido feliz de haber podido estar sentado junto a Alfredo Sanzol, Miguel Del Arco, José Padilla, Denise Despeyroux, Alberto Olmos y Albero Sánchez-Cabezuco mientras se empapaban de la vida de Usera contada por sus vecinos como única inspiración para escribir las aventuras y desventuras de un conjunto diverso de personas trasplantadas a tierras del sur de Madrid. Fernando Sánchez-Cabezudo ha sabido guiar a los actores profesionales y a los autóctonos por las huellas de un barrio mediante un trabajo de conservación de esas marcas del tiempo, asegurando un ambiente delicado, acogedor y hogareño para recrear un punto geográfico en el que los detalles nunca han contado demasiado.

«Historias de Usera» son historias de barrio, de pueblo, de ciudad y, sin duda, de vida. Usera es un barrio que ha cambiado mucho desde su fundación, que da giros bruscos que impiden reconocerlo con el paso de los años, pero que sigue siendo hospitalario y acogedor como siempre lo ha sido. No dejen de verla para sentir el calor que transmiten los barrios de Madrid.

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