Moderna comedia clásica

La ternura

Hay que ver «La ternura». No puedo empezar de otra manera esta opinión. No quiero que nadie se pierda entre estas líneas y no llegue a la única conclusión que el que suscribe quiere transmitir a quien tenga a bien leer esto.

Desde su estreno, sólo había escuchado comentarios de elogio hacia la obra escrita y dirigida por Alfredo Sanzol, pero mi pensamiento seguía instalado, desde la ignorancia de no haber tenido oportunidad de verla, en que sería un popurrí de clásicos bien hilados por su autor. Bueno, pues no, nada de eso, o quizá sí, pero no lo que uno pueda esperar. De entrada, hay que hacer saber que es una comedia desternillante, ideal también para todos los que piden recomendación teatral y antes de que puedas abrir la boca te dicen: «pero una comedia, eh, que dramas ya tenemos bastantes en la vida.» Estoy seguro que, incluso a ellos, les encantará «La ternura».

la ternura (2)

¿Cuál es el secreto del despertar de pasiones de este montaje? Sin arriesgar mucho, diría que es todo en su conjunto. Respuesta facilona, lo admito, pero muy cierta. Entrando más al detalle creo que el éxito de «La ternura» viene por un texto escrito pensando en el espectador del siglo XXI e inspirado en el humor que nos acompaña hoy en día. A esto se añade una dirección ágil y fresca que no abandona al espectador a su suerte y se pone en su pellejo. Y como colofón cuenta con un elenco idílico para hacer reír, en el que disfrutamos de Juan Antonio Lumbreras, que vuelve a sacar su inevitable vis cómica tan necesaria en la comedia, Natalia Hernández, que se zampa lo que le echen sobre un escenario, pero en comedia sabe aportar ese tono ácido incluso desde el gesto, desde el movimiento corporal, o Elena González, que marca el contrapunto del resto de personajes desde la rigidez de la madre amantísima que sólo desea lo que, a su parecer, es lo mejor para sus hijas. Y por supuesto que Eva Trancón, Paco Déniz y Javier Lara están más que a la altura de lo que el montaje requiere para conseguir la ansiada carcajada de muchos espectadores.

Hay que ver «La ternura».

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La boda de tus muertos

Cuando la sangre no tira

La familia es el fenómeno biológico-social con más aristas y amortiguadores que podamos encontrar entre todos los grupos humanos a los que podemos llegar a pertenecer durante nuestra existencia. Todos tenemos una, pero muy pocas son comparables entre sí. Cada familia es de su padre y de su madre. Son fenómenos vivos que se desarrollan, se alteran, se calman, evolucionan o involucionan en función de una serie de factores difíciles de controlar por sus integrantes. Pablo Canosales, autor y director de «La boda de tus muertos», conoce bien el percal. Tiene experiencia en el sector o se lo han contado o tiene mucha imaginación, no hay más posibilidades, y ha querido hacer partícipe al público de esas vivencias que en primera (o en tercera) persona todos hemos pasado junto a nuestros allegados (o hemos tenido noticia de que ocurría en alguna familia).

El conflicto de esta sátira nace en plena boda del hijo mayor de unos padres, interpretados por Lucía Bravo y Mauricio Bautista, desvencijados como pareja por la convivencia y la falta de comunicación, cuyos hijos pequeños (Sara Mata y Víctor Nacarino), descarriados de las faldas maternas, no contribuyen para que la relación vaya sobre ruedas. Quien tampoco colabora mucho en la causa es el impertinente camarero al que da vida inmejorablemente el actor César Sánchez, que se mete en la chaquetilla de sirviente con vertiginosa soltura. Canosales va profundizando en los personajes a lo largo de ese convite nupcial en el que cada uno muestra su posición en la boda y en la vida. Descubrimos que sus intereses, sus objetivos vitales son distintos y que aunque la sangre les une, no les tira para nada, rompiendo así con el convencionalismo impuesto, el eterno cordón umbilical que no tiene por qué unir forzadamente lo que de forma natural no surge. La unidad familiar también puede romperse por innumerables motivos a pesar de que nos cueste imaginarlo.

«La boda de tus muertos» es un montaje de extremos. No hay término medio. Es una noria de sentimientos que lo mismo tiene al espectador llorando de la risa, que llorando de dolor emocional (lo corroboró por el mar de risas y el mar de lágrimas que vivió el espectador que se sentó detrás de mí). Es el derroche de la familia, es dar el resto para empezar de cero después de una catarsis necesaria para que todo resurja sin hecho preconcebidos por la costumbre. Es un teatro llamativo, innovador que marca un camino, de los varios, que abre la dramaturgia contemporánea de este bien entrado ya siglo XXI.

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La familia del diablo

Cronología de las bestias

Que un viernes por la tarde, después de una semana plagada de madrugones más tempraneros que el sol, yo me siente en la butaca de un teatro y nada me haga perder la atención de lo que está ocurriendo en el escenario ni tenga un pestañeo más largo que otro es casi un milagro.  Pues ahí estuve yo, en el patio de butacas del Teatro Español buscando una explicación al rompecabezas teatral que ha montado Lautaro Perotti en «Cronología de las bestias».

El montaje entra de lleno en la historia, sin anestesia para el espectador, sin pomadas que vayan aliviando para hacer más fácil el camino. ¡Racatacá! De golpe y sin saber por dónde te viene. Es comprensible el desconcierto inicial de público. Pero la mentira es lo que tiene, que empieza por poco y acaba haciendo una bola de mucho cuidado. Por eso lo mejor es no alimentarla, lo contrario de lo que hacen estos protagonistas que siembran la semilla, la van regando y germina en un árbol tan frondoso que les impide ver la realidad, más aún, no hacen el más mínimo esfuerzo por salir de ahí. Avanza el thriller al mismo compás que la impaciencia y las ganas de saber por parte del espectador. El engaño es enemigo del conocimiento inmediato y aquí, es el protagonista. Tranquilos,  Perotti sirve la solución en bandeja, pero todo a su momento. Un poco de paciencia.

Mientras, Pilar Castro en este trabajo saca su profesión y sus tablas. ¡Qué personaje tan complicado y qué deliciosamente lo resuelve! En su justa medida, suficiente, sin pasarse en un papel donde cruzar el umbral de la exageración desmedida es muy fácil, pero Castro se contiene. Santi Marín (yo estoy a sus pies desde que hizo «Breve ejercicio para sobrevivir», también de Perotti) no anticipa nada, lo que se agradece porque dejar vislumbrar cualquier rendija de la historia por contar, desbataría el deseado desenlace. Va desmadejando el interior de su personaje con cuentagotas hasta que consigue abrir la brecha que trae la claridad al espectador. De nuevo a sus pies. A la zaga le va Jorge Kent que, una vez más, demuestra su gran profesionalidad en un personaje complicado, externo al entramado familiar y que está para aumentar el estrés de la desconsolada madre llegando a situaciones hilarantes (porque el montaje también proporciona momentos destacables llenos de comicidad). El personaje en torno al cual giran estas bestias lo encarna el joven actor Patrick Criado que tiene ante sí la carga de la historia, es el centro de atención de personajes y espectadores que quieren saber más sobre su pasado. Criado templa gaitas escénicas para complacer las ansias de los que le rodean y aguanta el tirón con cuajo hasta el final de la función. Talento no le falta para poder interpretar con calma chicha al hijo anhelado. Y Carmen Machi a la que muchos espectadores irán a ver en esta función por ser ella la cabeza de cartel, pero que saldrán del teatro admirando no sólo a Machi, que alterna soberbia y desesperación en ese personaje errante entre sentimientos, sino al resto de actores que, aunque menos conocidos por el gran público, son valedores de más de una ovación.

Aunque, sin duda, el mayor aplauso es para el autor y director Lautaro Perotti, creador de un montaje llenos de capas sobrepuestas que el espectador tiene que ir deshilachando sin desesperación para llegar al origen del problema. La obra tiene una estructura cinematográfica, poco habitual en el lenguaje escénico,que obliga a ir descubriendo este registro en las distintas escenas y que una vez identificado convierte su trabajo en un disfrute también para el patio de butacas. Con dificultad otro montaje teatral conseguirá superar la escena en la que los personajes van y vienen al pasado y al presente en cuestión de segundos y en la que se desenmascara la realidad hasta ese momento enterrada. Qué virtud la de Perotti de sacar a flote los más bajos sentimientos humanos. Ver para creer.

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Hablar por hablar

Radio y teatro

¡Ay, la radio! Ese medio de comunicación que vuelve loco a todo aquel que osa a introducirse en el misterio que conlleva encerrarse en un estudio con un micrófono y llegar a los lugares más recónditos donde pueda encontrarse un oyente. Aparte de tecnología, la radio es magia, no cabe duda. La radio informa, educa y acompaña. La radio, además, acompaña y mucho. Los que en alguna ocasión hayan podido escuchar el programa «Hablar por hablar» podrán ratificar esta afirmación. «Hablar por hablar», hasta ahora, era, y sigue siendo, un programa de participación, con la intervención telefónica de sus oyentes en la mayoría de los casos necesitados de un consejo para poder encontrar el sendero que les ayudase a salir de atolladero. A partir de ahora, «Hablar por hablar» ya no sólo es radio, también teatro. El mejor homenaje a ese programa que ha servido de ayuda a miles de personas durante su trayectoria y que a partir de aquí quedará inmortalizado a través de los textos escritos por Alfredo Sanzol, Anna R. Costa, Juan Cavestany, Yolanda Garía Serrando y Juan Carlos Rubio. Cada una de esas historias son pedazos de la vida de oyentes -ficticios- que se transforman en protagonistas momentáneos en las madrugadas de otros oyentes ansiosos por echar una mano y ayudar.

hablar por hablar

Fernando Sánchez Cabezudo logra en este montaje transmitir la esencia de la magia de la radio haciendo que el espectador se siente observador de cuanto ocurre en ese estudio de radio, en plena madrugada -si la radio es magia, la radio de madrugada es un viaje interestelar-, viviendo la intimidad entre locutor y oyente. Cuando el público está atrapado en esa red, comienzan a emerger personajes e historias duras, difíciles, simpáticas, reales, todas ellas contadas desde la verdad. La verdad más absoluta que aporta ese magnífico elenco de actores del que se ha rodeado Sánchez Cabezudo que muy acertadamente saben cómo hacer aflorar la emoción. A todo el reparto le toca ser poliédrico y mostrar fragmentos de vida de distintos personajes. Sobrenaturales los cambios de registro de cada uno ellos. Qué virtud interpretativa la de Ángeles Martín que lo mismo te crea un nudo en el estómago que te ayuda a relajar soltando una carcajada. Deberíamos ver más a Ángeles sobre los escenarios. Samuel Viyuela me ha dejado sin palabras cada vez que he podido verlo sobre un escenario. Domina con maestría su profesión y demuestra que tiene una capacidad única para reproducir milimétricamente las emociones de los personajes a los que llena de alma. La versatilidad de Antonio Gil es más que conocida, pero aquí se pone de manifiesto porque va y viene de un personaje a otro de forma limpia y acertada. No puedo dejar de mencionar a Pepa Zaragoza y Carolina Yuste que contribuyen a crear esa intimidad tan necesaria para contar lo que es la radio. Del equipo técnico, cabe destacar el trabajo del escenógrafo Eduardo Moreno que contribuye a dar cercanía y proximidad (tan necesaria en la radio) a cada uno de los intensos momentos que se viven en «Hablar por hablar».

Para quien ya está seducido por la radio, este es un montaje para disfrutar de ese romance. Si todavía la radio no ha terminado de germinar en lo más profundo de algunos, probablemente, gracias a «Hablar por hablar» comenzará a crecer ese cordón umbilical que une  a los amantes del medio radiofónico al «transistor».

 

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Aire siempre de viaje

EL AMOR ES UN ROMPECABEZAS

aire siempre de viajeQuizá, de entrada, pueda parecer que el tema de la relación de pareja está manido, toqueteado y desgastado en todas las expresiones artísticas que se dan sobre la faz de la Tierra. Es raro el autor que no se haya dirigido al mundo para hablar del amor. Pero el amor, y las relaciones de pareja más aún, tienen millones de aristas descubiertas y otras tantas por descubrir. Sara García Pereda, la autora de «Aire siempre de viaje», propone al espectador un juego a través de la construcción de un puzzle conformado por piezas desordenadas en forma de escenas que hay que ir componiendo durante el desarrollo de la función para poder llegar a recrear los momentos más importantes que ha vivido esa pareja, interpretada por Violeta Orgaz y el infatigable Juan Caballero.

A pesar de mantener al espectador en alerta durante toda la función para reproducir mentalmente el orden cronológico de la historia, desde el momento en el que se presenta al público el primer encuentro de los protagonistas, se comprende que el desenlace de la historia no puede ser otro que el que plantea la autora. Esa acción visionaria que tantas veces los demás tienen para identificar cómo se desarrollará una historia de amor, a veces es difícil de poder ser vislumbrada por sus protagonistas cuando se encuentran incursos en una cegadora pasión inicial, abocados a resultados como el que se muestra en este trabajo.

Pablo Canosales ha tenido una difícil labor en la dirección. Una composición teatral como esta conlleva un arduo trabajo tanto de dirección como actoral, evitando la anticipación, sin dejar ninguna fisura que permita entrever lo que aún está por ser contado. Además, el texto cuenta con momentos de verdadera poética difícil de interpretar con toda la verdad que requiere un escenario. Violeta Orgaz, a la que no conocía y me sorprendió gratamente su nivel actoral, y Juan Caballero, que sabe meterse en la piel de cualquier personaje que se le ponga delante, resuelven con solvencia la interpretación de esa poesía escénica que muestra el lado menos terrenal de los personajes. La propuesta de Canosales llena de frescura la obra y deja a la imaginación del espectador la recreación de ciertos aspectos casi como si de una novela se tratara.

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LO(r)CA | Cuando los conflictos femeninos también son masculinos

LOrCA_website (1)Sería difícil imaginar la obra de Federico García Lorca sin tener a la mujer como protagonista. La fuerza femenina nace de las entrañas de las miles de líneas escritas por el autor granadino en sus obras, dejando pocas alternativas a la imaginación para plantear esos dilemas humanos desde un prisma menos desgarrador.  En «LO(r)CA» se mantiene la desazón lorquiana de las mujeres de La casa de Bernarda Alba, de Bodas de sangre, de Yerma  y de Doña Rosita la soltera dando vida a esos personajes a través de otros tantos hombres que luchan por mostrar al mundo su homosexualidad sin ser juzgados como lo fue el propio Federico.

El israelí Barak Ben-David adapta los textos y dirige este montaje tomando un juicio como referencia para probar que el mismo sinvivir que tienen las mujeres que Lorca creó lo puede tener un hombre del siglo XXI que lucha por no sentirse distinto en su condición de homosexual. La defensa prueba la inocencia de sus representados mediante algunas escenas significativas de las cuatro grandes obras de Lorca remarcando que la lucha por la identidad sexual aún no ha terminado. Ben-David, con su magistral idea,  lanza al estrado el que  podría ser el verdadero clamor que Federico, enmascarado en sus personajes femeninos, vertía al mundo cuando se enfrentaba al papel en blanco. No puede ser más certera la idea de cambiar de posición el enfoque de los personajes. La bofetada le llega al espectador desprovisto de protección al contrastar que el mismo sufrimiento de esas mujeres ya clásicas lo puede tener un chaval en 2018.

Es el primer trabajo del israelí en España. Aire fresco sobre la escena que transporta un aroma al montaje con notas novedosas, poco habituales a este lado del Mediterráneo. El elenco que Barak Ben-David ha elegido para «LO(r)CA» es un traje a medida para esos actores camaleónicos (Javier Pietro, Juan Caballero, Raúl Pulido y Jorge Gonzalo) que ponen en pie personajes que luchan por conseguir la normalidad. Todos ellos transmiten en cada expresión, en cada gesto su rabia, su indignación, su necesidad de entrar en el olimpo de la normalidad. Montaje este muy destacable por contribución a favor de los derechos del colectivo homosexual que en pleno siglo XXI sigue afrontando no pocas dificultades.

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Insolventes

InsolventesLas crisis que todo lo ha inundado los últimos años nos ha hecho perder la perspectiva de la existencia de un submundo que siempre ha existido en España, que alguien definió como la España profunda, la España del subsuelo, la España que brilla, pero que existe y que no es fruto de la crisis porque siempre estuvo ahí y, desgraciadamente para los que la habitan, siempre seguirá ahí, integrada por personajes que nunca destacarán por el reconocimiento positivo des sus habilidades profesionales que subsisten gracias al ingenio que conforma su ADN, transmitido en su información genética.

«Insolventes» es la historia de tres personajes que malviven día a día en una Barcelona transformada y moderna aunque eso a ellos les da igual porque lo que pase fuera de la ruinosa librería, que utilizan como hervidero de ideas sin buen fin, no es su problema. Félix Estaire retrata un momento, unas horas de la vida de estos tres infelices que son amigos y verdugos a la vez, que reptan para salir adelante y transitan entre días como apisonadoras automáticas que no distinguen a quien se pone por delante.  Rubén Frías, Samy Khalil y Javier Zarapico dan vida a esos tres hombres desahuciados por la sociedad bajo la certera dirección de Pablo Martínez que ha sabido adentrarse en esas vidas desesperadas trasladando al espectador a los bajos fondos en los que habitan esos pillastres del siglo XX que, además, ha sabido mantener la tensión adecuada para atrapar la atención del patio de butacas.

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Lo posible

Son varias ya las obras de teatro de Neil Laboute, autor de Detroit, que han pasado por la cartelera madrileña, pero me había quedado con ganas en todas ellas de poder ver la forma de crear situación del estadounidense. Con el estreno de «Lo posible» lo tuve a tiro y a los Luchana que me fui a ver a Noemí Climent y a Rut Santamaría sobre el escenario, con la garantía de que detrás de la propuesta estaba la varita mágica (y vaya que si debe ser mágica) de José Manuel Carrasco, un director que nunca defrauda y que otra vez, ahora con «Lo posible», demuestra que es capaz de sacar lo mejor de estas dos actrices, de un texto lleno de envidias y traiciones y del ínfimo presupuesto con el que cuenta la producción, que da para varias sillas viejas como escenografía y unos cuantos básicos de El Rastro por vestuario. ¡Ah! Y dos micrófonos.

lo posibleNeil Labute es un autor de hoy que cuenta historias de hoy, nada que no pueda pasar entre las cuatros paredes de cualquier sala de un edificio inhóspito de una gran ciudad. Bronte Producciones ha elegido dos historias cortas del autor, «Buena suerte (en persa)» y «Lo posible». Dos textos que, aunque cuentan historias muy distintas, comparten su análisis de la rivalidad, la competitividad, el «trepismo» y la forma de alcanzar los objetivos sin pensar en los cadáveres que se puedan dejar en el camino. Vamos, la vida del siglo XXI. Si el espectador hace el esfuerzo de situar en el lugar de los personajes a personas de su entorno verá que no difieren mucho de algún indeseable o de algún pusilánime que se haya cruzado en su día a día.

La propuesta que ofrece la Bronte Producciones empieza con unos minutos de fuerza escénica que actúan como imán hacia el patio de butacas, atrapando al espectador y generando curiosidad por saber qué va a ocurrir sobre las tablas. Ese principio queda fuera de los textos de Labute. Se intuye que el comienzo es un trabajo de mesa y de prueba y error tanto por parte del director como de las dos actrices, que de forma muy descarada y sin complejos (ellas deben ser muy así también en su vida, mis disculpas si me equivoco) anuncian que aquello es un montaje gamberro y fuera de convencionalismos. Eso es iniciar una función arriba, bien arriba lo que obliga a que el resto del montaje siga a ese nivel para no decaer. Y lo consiguen, a pesar del alto listón que se marcan al principio. A ello contribuyen, sin titubeos, Noemí Climent y Rut Santamaría, dos actrices versátiles que hacen un viaje sinuoso por los sentimientos de los personajes y llegan al destino sin despeinarse y sin olvidar nada en el camino.

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Billy Elliot

Billy vertical_previewEn Madrid estamos de suerte. Un trocito de Broadway ha venido a parar al Nuevo Teatro Alcalá gracias a la versión del musical Billy Elliot que se acaba de estrenaren en la capital. Yo no soy un apasionado de los musicales, pero ya son varios amigos los que me echan en cara que es el momento de ir quitando ese «mantra» de mi vida después de haber estado cerca de experimentar el síndrome de Stendhal en el patio de butacas del  Theatre Royal Drury Lane de Londres viendo 42nd Street y ahora, aquí a la vuelta de la esquina, con el Billy Elliot madrileño.

No sé por dónde empezar porque todo, absolutamente todo es excelente y destacable en este montaje. El elenco al completo es grandioso. Natalia Millán, Carlos Hipólito y Adrián Lastra vuelven a demostrar, por infinita vez, que son unos grandes de la escena, con especialidad en musicales. Qué soltura, qué dominio de su profesión, qué verdad en los personajes y qué empujón le mete Tony a Billy en la cocina de la casa, más real no se puede. Para hablar del personaje de Billy Elliot no quiero mencionar a ninguno de los seis niños que se van turnando para dar vida al personaje. Cada uno le dará su impronta con toda seguridad, pero, desde luego, técnicamente todos han sido formados para no defraudar y encandilar al público. Combinan interpretación y danza con igual dominio a pesar de estar en la plenitud de su adolescencia. Los mismo pasa con el resto de personajes de niños de la función. billy_elliot_escena_18_SOLIDARIDADBrillantes en sus interpretaciones. Aquí no puedo por menos que destacar el deslumbrante trabajo de Álvaro de Juana dando vida a Michael, el amigo de Billy. Se come el escenario, recibe ovaciones y caben pocas dudas para pensar que, si nada falla, podrá llegar muy lejos en el mundo de la interpretación. El trabajo del actor y bailarín Alberto Velasco en el personaje de Braithwaite es preciso, concreto, limpio. Mamen García, la abuela de Billy, es para llevársela a casa y ponerla en la cómoda, y durante la función es para disfrutarla con cada palabra y cada gesto. Y Juan Carlos Martín es un George descarado, incrédulo y a la vez tierno que sabe ganarse el corazón del espectador.

Todo brilla en este montaje gracias a la mano de su director, David Serrano. Confieso que me he reconciliado con él (que se me entienda, metafóricamente) porque varios de sus montajes anteriores me gustaron poco o nada. En las dos últimas semanas ha escalado  posiciones en mi ranking personal de grandes directores de escena, gracias, primero, a la espléndida dirección de «Los universos paralelos» y, ahora, con el trabajo que ha realizado en Billy Elliot. Si existieran las olimpiadas de los musicales, la labor coreográfica de este montaje estaría en el podio y recogiendo la medalla estarían Peter Darling y Toni Espinosa. Limpieza y sincronía definen su aportación a la propuesta, su buen hacer permite poder decir alto y claro, sin bajar la barbilla, que Madrid está al nivel de Broadway o del West End de Londres. La escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda es creativa, ingeniosa, detallista y nada exagerada, se llevará más de un reconocimiento. Todo en su conjunto funciona con precisión, nada falla, nada chirría. Difícil encontrar algo así en unos cuantos kilómetros a la redonda y en unos cuantos lustros. Quiero vaticinar que estamos ante un nuevo fenómeno teatral en Madrid similar al que ha vivido El Rey León en los últimos tiempos.

En 2010 pude ver el Billy Elliot que se levantó en Nueva York. Hoy puedo afirmar que me ha impactado, que me ha tocado infinitamente más este montaje que el de Broadway. Me encuentro en el camino de no torcer el morro cuando me cuenten que se barrunta el estreno de un musical en Madrid.

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Souvenir

Desde el primer momento en que vi el cartel de «Souvenir» sentí un feeling (un feelgood, nombre la productora de la bora) que me condujo a tener ganas de ver el montaje. Ya en el patio de butacas me sentía impaciente en los minutos previos a que la luz de sala se apagara y aparecieran los protagonistas sobre el escenario. Estaba ante una de esas obra que, por un cúmulo de elementos, atraen la curiosidad del espectador desde que tiene el primer contacto con el montaje, antes incluso de llegar al teatro. La historia del periodista Solomon Shereshevsky no es una historia habitual. Muy pocos son los que padecen hipermnesia y Shereshevsky era uno de ellos, siendo el primer caso conocido de este síndrome extrañísimo, nada común que consiste en retener en la memoria todo aquello que los sentidos perciben ante cada situación vivida. Tal singularidad convirtió al periodista en una persona llena de sufrimiento que se sentía atrapada entre los barrotes infinitos de sus recuerdos. Pablo Díaz Morilla, autor de la obra, aprovecha la hipermnesia de Shereshevsky para tejer sin imperfecciones una historia cuyos principales hilos son la humanidad, el amor y la complicidad entre sus personajes.

souvenir

El actor Ángel Velasco vive en su pellejo la hipermnesia recreando los sentimientos de Solomon Shereshevsky a través de los variados matices de un personaje que pasa de la felicidad a la tristeza, de la desesperación a la ilusión en pocos segundos. Velasco ha captado cada milímetro de la esencia de ese joven periodista al que encarna y pone sobre el escenario a un Shereshevsky que, a pesar de la dificultad que entraña mostrar su raro padecimiento, logra que el público se apiade de él y quiera contribuir a la búsqueda de una salida a su desasosiego. También contribuyen positivamente a que el espectador se vea atrapado en la maraña de la hipermnesia los actores Esther Lara y Steven Lance, que ponen en pie a los personajes de la mujer de Sheresevsky y el psiquiatra Alexander Luria que trató al periodista. Ambos son los puntos de apoyo del protagonista en la historia y consiguen profundizar en el complicado modo de manejar la terrible situación en la que una vivencia no es sólo el recuerdo en sí de lo sucedido sino los matices que lo rodean, transformando cada momento en personas y objetos que se retienen en la mente con una descripción desmedida propia de un novelista redundante en la presentación de las situaciones. Sin duda debe resultar agotador. Los tres actores logran con creces transmitir ese hastío.

Destaca el impresionante diseño de iluminación, el ingenioso vestuario lleno de pequeños detalles casi imperceptibles para el ojo humano pero muy presentes en una mente como la de Shereshevsky, la escenografía que atrapa a los protagonistas, la música, compuesta por el propio director del montaje e interpretada por Agustín Galiana, que envuelve en romanticismo la relación del matrimonio Shereshevsky y la dirección de Fran Perea que permite que todos los ingredientes de este montaje emulsionen para conseguir un resultado que toca al espectador que se compadece de su protagonista pero también de quienes le acompañan en su dura experiencia vital. Se percibe, además, que Perea no se ha limitado a la dirección de actores, sino que ha trabajado para que todos los elementos vayan acompasados sin restar protagonismo unos a otros, lo que requiere de un delicado trabajo de dirección y coordinación. Y ahí están los frutos de la dedicación al trabajo, un «Souvenir» difícil de quitárselo de la cabeza, recordando cada uno de sus matices, sintiéndonos un poco Sheresevsky cuando la recordamos.

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